Fue Oscar Wilde quien aseguró aquello de que "la naturaleza imita al arte". Cierto. Es el arte quien nos enseña a mirar, quien nos enseña a percibir la realidad de otra manera o, mejor dicho, quien nos enseña a mirar las cosas con una perspectiva que descubre facetas ocultas o facetas que están ahí, sí, pero que no supimos ver hasta que el artista las señaló con su dedo visionario. Así, un anochecer no será el mismo después de Caspar David Friedrich, unas manzanas son otras después de Cézanne, la piel femenina tratará de aproximarse a la morbidez de Francesco Furini o los sueños son ya aproximaciones al mundo de Paul Delvaux...
La literatura y el cine han creado mundos distópicos (Un Mundo Feliz, 1984, Fahrenheit 481, Blade Runner, Matrix... hasta la reciente Rompenieves, del director coreano Bong Joon-jo, la lista es interminable). Un mundo o un futuro distópico, es decir: un mundo o un futuro no deseable, maligno en sí, en el que un gobierno todopoderoso, con la excusa de "asegurar" la felicidad de los ciudadanos, reducen a estos a meros números controlados (hipercontrolados) a los que se ofrecen, de vez en cuando, píldoras de soma para mantenerlos anestesiados, atontados con un espejismo de felicidad o, al menos, de placer fácilmente accesible; a cambio, el control absoluto por el régimen de turno, el control de actividades y pensamientos, el sometimiento a una ideología totalitaria, única, que hace del individuo masa informe, masa moldeable, sometida siempre a un interés supremo y particular que vive como los hongos, es decir: parasitando la vida de los demás sin que estos se percaten de su presencia. Los medios utilizados para este fin serían cada vez más sofisticados... desde la prohibición de la lectura de libros (Fahrenheit 481) hasta la creación de mundos paralelos virtuales (Matrix), por decir algunos.
Esto es ficción, arte. Pero... ¿lo es, realmente? Yo creo que, una vez más, el viejo Oscar llevaba razón. La naturaleza imita al arte y ya estamos viendo hasta qué extremo.
El Gran Hermano de Orwell está aquí desde hace mucho, ahora renovado, mimetizado en las entrañas de móviles, internet y cuentas bancarias. El Gran Control, está por todas partes, con cien mil millones de ojos vigilantes.
Y lo bueno de todo esto es que algunos (inocentes) se creen a salvo, y todos (casi) niegan su existencia y siguen tan ricamente, creyéndose a salvo, tan felices.
La mejor estrategia del diablo (eso me dijo un cura hace mucho) consiste en hacer creer que no existe. Llevaba razón aquel cura, aunque, creo yo que el diablo, para colmo, era él.
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