Hace mucho tiempo (tanto que era joven), mi madre, con la sabiduría rasa de la mujer manchega, me dijo, refiriéndose a mi ya por entonces entrega a la pintura y la poesía: "esto sólo te va a traer gastos y mugre". Frase profética que se ha hecho popular entre mis amigos artistas y que pone de un cerrojazo las cosas en su sitio; me refiero a las cosas del arte; me refiero al ambiente cultural manchego; me refiero a la sociedad profundamente pueblerina de esta tierra tan bella como terrible.
La sabiduría popular de la Mancha (encarnada aquí por las madres manchegas) es socarrona y hace de la ironía y la burla una mueca con la que espantar la realidad dándole un susto como de mascarón de esos que salían por las calles en carnaval, disfrazados con un saco raído, una falda vieja, un pañuelo de la abuela en la cara y un sarmiento en la mano. Así fue la Mancha, así es: una tierra que hace del esperpento una vía de sabiduría a lo bestia, pero sabiduría al fin y que coge a Don Quijote y a Sancho (depende de en qué momento) por las pelotas para decirles que, todavía y por mucho tiempo, siguen siendo el alma más auténtica de estas tierras, hijos al fin de un loco manco que parió a otro loco que se creía cuerdo y a un cuerdo que se sabía amigo de un loco y al que quizá le hubiera gustado serlo (loco).
Pero volvamos a la frase de mi madre. Si uno vuelve la mirada hacia atrás sin ira, ve cuánta razón encierra aquella sentencia que en su momento me dejó mosqueado y que ahora me hace sonreír de ternura. ¿Gastos? Todos. ¿Mugre? Mucha, en sentido metafórico, se entiende. Entonces... ¿por qué sigo en esto, por qué sigo pintando, escribiendo? No por masoquismo; no por vanidad; no por afán de lucro. Sencillamente no puedo dejar de hacerlo, como el funambulista no podrá dejar de subirse a la cuerda, ni el trilero podrá de dejar de mover los cubiletes trucados.
Crear, en fin: sentirse demiurgo por unos momentos, hacer del acto creativo algo que dé sentido a nuestra vida, metidos como estamos es tanto sinsentido.
Llevabas razón, madre. Pero sé que tus manos, entonces, me daban la duda y la certeza al mismo tiempo y que tu mirada me decía, calladamente, que hiciera aquello que tanta vida me daba. Como tú, como esta tierra que ya te acoge a ti y que espera, con infinita paciencia, que mi última palabra quede allí y sea para darte las gracias, siquiera sea por una vez y para siempre.