Estoy en plena crisis de litiasis; a saber: el antes llamado "mal de piedra". Que tengo una piedra en el uréter, vaya. Esto dicho así, suena fatal, como todo lo que pueda sonar a hospital, anatomía patológica o enfermedad; tiene, además, un algo de mal inconfesable, como lo tiene todo lo relacionado con el aparato genitourinario (cosas de nuestra educación judeocristiana). No sé cómo se formó la tal piedra, pero si sé que se mueve dejando un rastro de dolor en su descenso hacia el inframundo de las tuberías y los desagües, hacia el Hades de la red municipal de alcantarillado.
Cada vez que me toca acudir a la micción lo hago con dos sentimientos encontrados: temor por el más que posible dolor y esperanza, pues visualizo la puñetera piedra descendiendo y veo más cercano el fin del citado dolor. Así la cosa, es el dolor quien me recuerda que el fin del calvario llegará y que cada nuevo episodio doloroso no es sino un aviso de la proximidad del alivio. Se une esperanza y dolor y deseo el dolor, no porque sea masoca, sino porque él me dice que el mal se mueve hacia la desembocadura, como parto de alien pequeño, pero matón.
Todos llevamos residuos dentro, pequeños trozos de piedras que nos martirizan; pequeños posos que se van formando como aluvión de tantas y tantas cosas que nos tragamos (ruedas de molino muchas de ellas), que no digerimos y quedan ahí, formando sedimentos duros que cuesta disolver, aun recurriendo a fármacos que creemos los puedan neutralizar, como si el tiempo no fuera (y a veces no lo es) suficiente.
"El mal de piedra", término que me gusta y resulta poético como metáfora casi surrealista, se ha instalado en mí y es inquilino molesto, secreto, oculto, no deseado y pasivo: él no hace nada por hacer el mal; solo se deja arrastrar por la gravedad y el torbellino de orina, recordándome lo frágiles que somos, lo poquita cosa: basta una piedrecita de nada para que nuestro humor cambie; nuestro humor y nuestra prioridad: ahora nada importa tanto como acabar con la indeseada excrecencia calcárea, como acabar con ese dolor que nos incapacita; lo demás poco importa (si es que importa algo).
Llevo un dolor dentro, que llega desde las entrañas, y que me recuerda que estoy vivo. Porque se nos dio la vida y el dolor de un solo trazo.