De todas las formas de violencia hay una que me es especialmente repugnante: la que se ejerce sobre los animales, sean domésticos o salvajes. La violencia siempre es un exceso, pero ejercida sobre un animal, de forma gratuita (porque sale gratis) dice mucho de la "persona" que la ejerce. Calificarla de hija de puta (a la persona) sería un desprecio evidente hacia la hipotética y maternal hetaira; la calificación iría mucho más lejos. Alguien que es capaz de torturar a un ser vivo indefenso, porque sí, es capaz de cualquier cosa y rebaja su categoría humana, no a la de animal (que eso la ennoblecería), sino a la de cosa sin sentimientos, a pedazo de carne bestial.
Hay un dolor inmenso que se acumula en la historia. Dolor infame, innecesario, que el hombre ha producido a toda clase de seres vivos. Un dolor que aúlla y rechina, que degrada lo poco que de humanos podamos tener. Yo quiero ser perro o tigre o elefante o gato para no ser cómplice de este dolor. Yo renuncio a mi "humanidad" y me animalizo, porque quiero tener la nobleza de la naturaleza y el reflejo de la vida libre y salvaje. Yo quiero ser salvaje. Bastantes civilizados hay ya, que se encargan de matar todo lo que se mueva, porque sí, porque son superiores en la escala de la evolución. Quiero volver a la caverna y vivir allí, solo, viendo los días deslizarse plácidamente, sin temor a la mano que me torture. Yo maldigo con toda mi alma a tanto cazador, a tanto torturador, a tanto hijo de puta que se dice humano. Maldigo a mi especie y ladro o barrito, porque gritar no es suficiente, no es suficiente. No.
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