OTRA
HISTORIA DEL HIPER O UNA NUEVA CIENCIA DE ADIVINACIÓN
A modo de introito,
justificación o nadería: Salgo a comprar viandas cuando no tengo más remedio y
el frigorífico me lo pide como quien pide por piedad un chusco en la puerta de
una iglesia.
Bueno, el caso es que
(otra vez) en la cola del pescado, andaba yo cabizbajo pensando en estos días
de barbarie y pandemia como manera de pasar el tiempo de espera que,
irremediablemente, se pierde y se evapora como bola de naftalina en los
bolsillos de un abrigo guardado en vetusto armario. Perdí la noción del tiempo
en este menester: no sé si llevaría media hora o más al pie del cañón, cuando
me percaté de una señora que parecía estar en estado de éxtasis mirando una
caja de gambas de Huelva. La señora se fijaba en los ojillos negros de los
crustáceos con ahínco, como esas adivinas que ven el futuro en los posos del
café o en las entrañas de ciertos animales. Pensé que igual existía una ciencia
adivinatoria que yo desconocía y que esa señora practicaba con destreza… el
caso es que miraba y remiraba, olisqueaba, cambiaba la caja de posición,
buscando el reflejo exacto de la luz sobre los exoesqueletos rojizos, no fuera
que el dato futuro estuviera escrito en cualquier pliegue escurridizo.
Así estaban las cosas: yo
miraba a la señora, la señora miraba las gambas y las gambas (pobres) no
miraban nada a pesar de ser todo ojillos negros, como cuentas de rosario… ¡ah!
y a los tres (señora, gambas y un servidor), nos miraba la pescadera
preguntando qué demonios queríamos, que parecíamos pasmarotes (nosotros, no las
gambas). Pedí apresurado lo primero que se me pasó por la cabeza, dado el
estado de confusión en que me hallaba, mientras la pitonisa de las gambas
seguía observando con precisión enfermiza la susodicha caja y a sus helados
ocupantes.
Me perdía ya entre los
pasillos de perfumería y artículos de aseo, cuando volví la cabeza… la señora
ya no estaba, desapareció entre una nube de mascarillas con cara. Me pregunté
si sería buena idea volver a por gambas y tratar de adivinar a través de ellas cuándo
acabará esta pesadilla que nos rodea, pero me fui hacia las cajas
registradoras, con mis dudas y mis temores (que son muchas y muchos). Y sin
gambas.
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