martes, 27 de septiembre de 2016

UN TRAJE INVISIBLE, UNA SOPRANO HORROROSA O CÓMO VER LO BLANCO, BEIGE

Se estrenó la semana pasada la película "Florence Foster Jenkins", versión inglesa (hubo una primera francesa, del 2015) que repasa las habilidades canoras de la llamada "peor cantante del mundo", Florence Foster Jenkins, millonaria con delirios de soprano que no podía cantar peor, pero que era alabada sistemáticamente por su entorno, de tal manera que la tal Foster creyó que realmente cantaba como los ángeles, cuando, en realidad, era un auténtico esperpento absolutamente ridículo (existen grabaciones auténticas que dan fe).
Emparento esta historia con la escrita por Hans Christian Andersen "El traje nuevo del rey", versión a su vez de otro cuento escrito por Don Juan Manuel en el siglo XIV, perteneciente al "Libro de los Ejemplos del Conde  Lucanor y de Patronio" (ejemplo XXXII). En resumen, se cuenta la historia de un rey engañado por unos pícaros, que le ofrecen a éste el mejor traje del mundo, pero que sólo podían ver las personas inteligentes; así el rey se paseaba desnudo, creyendo portar finos paños, mientras la corte alababa su buen gusto, incapaces todos de decir la verdad por miedo a ser tachados de tontos.
Paralelismos que surgen a través del tiempo y que saltan de la ficción a la realidad. Historias de las que se pueden sacar suculentas enseñanzas y que nos despiertan, una vez más, la necesidad de creer en el arte como forma de conocimiento.
Al grano: ¿no les suenan estas historias, no tienen la sensación de un déjà vu muy actual? Creo que algunos políticos deberían tomar buena nota. ¿Cuánta gente es incapaz de decir la verdad a la cara por miedo a que te tilden de tonto o de disidente? ¿Cuánta gente sigue alabando sistemáticamente al líder, halagando sus fallos e incapacidades, para subir en el escalafón, aunque tengan que comulgar con ruedas de molino? 
En el cuento, es la gente del pueblo la que da la voz de alerta y se atreve a decir la verdad, mostrando al rey el ridículo que hace y poniendo en tela de juicio a los sebosos aduladores cortesanos.
Guardémonos de aduladores, aunque no seamos reyes ni políticos de mediano pelo, ni de alta cuna. Los políticos tienden a rodearse de cohortes halagadoras que enmascaran sus fallos y que les hacen ver lo blanco, beige. La falta de inteligencia de los unos se alía con la desfachatez inmoral de los otros. Mientras, los reyes siguen desnudos por el mundo, alardeando de unos trajes invisibles que sólo existen en su estupidez. Alguien, en algún lugar, los ve realmente como son: pequeños seres desnudos que se creen vestidos por trajes inmaculados cosidos por unos pillos arribistas. Algún día la voz del pueblo gritará la verdad y mostrará las vergüenzas de quien se cree intocable por la gracia de Dios. Amén.

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