martes, 14 de enero de 2014

DE REYES Y OTRAS/OS CORTES

La iconografía artística, literaria y religiosa, se ha empeñado desde siempre en realzar la figura de los reyes como algo imprescindible, como algo natural que viene impuesto por la gracia de Dios. Esta institución sanguínea (llamémosla así) se ha incrustado tan fuertemente en el inconsciente colectivo que es difícil encontrar país o sociedad en el que la institución monárquica no figure de una u otra manera, ya sea en cuentos, en historias más o menos ficticias, en religiones o, directamente, en la más alta representación estatal.
La literatura, el teatro, está plagada de reyes (particularmente los cuentos infantiles), de príncipes y princesas; el candidato ideal para el matrimonio sigue llamándose "príncipe azul"; la Historia... ¡qué decir! es la historia de los reyes y está edificada sobre reinados de monarcas de todo tipo y condición, generalmente déspotas que se elevaron en el trono a base de felonías, asesinatos siniestros, guerras interminables y consanguinidades varias; la religión católica sigue celebrando aquello de los "Reyes Magos", personajes regios de no se sabe muy qué procedencia, pero, eso sí, reyes buenos; hasta los naipes tienen reyes en su imaginario del juego y el Tarot en su imaginario cabalístico...
La lista sería interminable, como interminables serían los hechos deleznables cometidos en nombre de los reyes y, de paso, de Dios (que para eso Él los eligió con su dedo ubicuo).
El tiempo ha vapuleado a reyes y los ha ensalzado; los ha destronado y los ha repuesto; los ha decapitado y los ha elevado a los altares. El pueblo paciente, mientras,  ha asistido impotente, resignado y asustado a la sucesión de reinados, como quien asiste impertérrito a un espectáculo inevitable, ajeno, lleno de pompa y circunstancias, temeroso las veces, a veces alegre, pues así le han dicho que debería comportarse cuando muere un rey: ya se sabe, a rey muerto, rey puesto... y ¡larga vida al rey!
El día 5 de enero por la noche, muchos habrán puesto sus zapatos con la esperanza de verlos llenos de regalos a la mañana siguiente y no todos habrán sido niños... Seguimos, a pesar  de todo, creyendo en los Reyes Magos, que vienen de Oriente. Y en los que vienen del Palacio de Oriente... ¿seguimos creyendo?

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