El tea party español saca sus fauces para poner verdes (o más) a los actores españoles y, en general, a toda la ceremonia de los Goya, por ser tan reivindicativa, por ser tan crítica con el gobierno actual, con la situación actual. No deja títere con cabeza.
Según la diestra mediática, no se puede llevar un traje de Armani y ser crítico con el poder; según ellos, tampoco se puede tener glamour y decir según qué cosas; igualmente no se puede tener una casa sin hipoteca o una colección de joyas en el armario. Es decir: para criticar hay que ser, como mínimo, pobre de solemnidad, desahuciado o directamente un paria. La pobreza daría cierto derecho (no del todo) a la crítica. Los (según ellos) privilegiados, mejor se estarían callados, porque, al final, también ellos forman parte de poder, de esa capa de riqueza que flota por encima de los mortales depauperados.
Pero yo creo que la lectura es muy otra: si alguien con poder mediático, rico (o al menos acomodado), con una imagen pública de cierto brillo, es capaz de exponerse y decir públicamente lo que piensa una enorme mayoría; si alguien así es capaz de tomar partido desde su estatus económico o social... pues ¡qué quieren! ¡olé sus narices! Para tomar conciencia social no es condición sine qua non ser un paria, basta con ser sensato y tener ojos para ver y oidos para oír. Y, claro, tener un grado de compromiso ético.
Según el tea party los ricos no lloran, ni tienen conciencia social, ni pueden criticar al poder, porque (se supone) ellos son parte del tinglado... no hay más que ver tanta rubia oxigenada (ellas también con trajes de Armani) paseando bolsos de DG, documentos secretos y decretos-ley.
Nada, los ricos, los famosos, a lo suyo: a pasear palmito, a callar, a ser tontitos/as, pero guapos. ¿Tomar conciencia de lo está pasando, señalar las injusticias? ¡Para eso ya están los perros flauta, los clochards, los intelectuales o los desharrapados... los rojos de toda la vida, vaya.
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