Viene el señor Draghi (BCE) y ocupa el Congreso, lo blinda y, en un ejercicio acojonante de transparencia, se encierra en él como si estuviera en su casa, tan ricamente. Yo creía que las Cortes eran la máxima representación del poder el Pueblo, el máximo emblema de la Democracia Parlamentaria, la pirámide donde todas las fuerzas políticas elegidas por el Pueblo tenían su sede. Creía (iluso de mí) que los leones de bronce vigilaban lo que era, en primerísima estancia, de todos y para todos. ¡Seré capullo!
Pues no. Llega el banquero de Europa y para él solito. Si Draghi dice que hay que cerrar el Parlamento, se cierra; si dice que no hay que poner taquígrafos, pues no se ponen; si dice que hay que poner inhibidores para impedir las comunicaciones, se ponen; si dice que hay que reconvertir el Parlamento en un búnker, pues se reconvierte... etc. etc. Lo que haga falta, bwana.
¿Qué diablos tenía que decir el banquero para tener miedo a que el Pueblo soberano se enterase? Y lo peor: ¿Por qué le han permitido hacer del Parlamento SU Parlamento, despreciando a tirios y troyanos, despreciando lo que pueda suponer una institución que creíamos intocable, lo que es una Institución del Pueblo y para el Pueblo? A uno se le queda una cara de gilipollas que para qué. O una de pringao. O una de idiota profundo.
Llega Draghi y las puertas del Parlamento se le abren de par en par como las piernas de una rabiza... pero, eso sí, se cierran a representantes del 15 M o a cualquier ciudadano que quiera expresar su malestar por los desahucios criminales.
¿El mundo al revés o simplemente el mundo absurdo, injusto, tergiversado?
Yo creía, también, que cosas como ésta sólo podrían pasar en una república bananera, sujeta a los intereses bastardos de cualquier multinacional imperialista en la que los presidentes eran simples marionetas de paja al servicio del capital más excelso o de corrupción más vil. Eso creía, bwana. ¡Lo que son las cosas!
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