Para que luego digan que la palabra no es importante: una sola palabra suya bastaría para salvarnos, señor Draghi. Eso parece, al menos, viendo las respuestas compulsivas, automáticas, que tienen la Bolsa y la famosa "prima" a sus discursos. No entiendo por qué unas pocas palabras pueden tener tanta influencia, no puedo entender qué extraños resortes accionan, ni qué lógica ponen en marcha para que la economía se desplome o remonte el vuelo. Estas cosas son misterios insondables que pertenecen al mundo de los iniciados, de los mafiosos internacionales o de los ultracapitalistas invisibles. Pero, en fin, ocurren. Entonces la pregunta no sería por qué suceden estos hechos: la pregunta sería: ¿Por qué, señor Draghi, no dice las palabras mágicas ya? ¿Por qué no ejerce su poder de chamán supremo y nos salva del desastre con el poder ubicuo de su palabra? ¿Qué hay, entonces, detrás de su silencio? ¿Qué detrás de sus indecisiones, de sus ambigüedades?
Dicen que hay un sólo Dios, un Dios justiciero que crea y destruye a su antojo, que no tiene por qué dar cuenta a nadie de nada, porque Él es todopoderoso, semilla de todo. No sé. Yo creo que hay, al menos, dos.
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