miércoles, 7 de octubre de 2020

 

OTRA HISTORIA DEL HIPER

 

Cojo número para la pescadería (petada) del hiper: el 6. Va por el 92, así que la cosa va para largo. Me apoyo en el carrito, aburrido. La señora nº 91 insiste en elegir el trozo de atún exacto –“no, ese no: ese de ahí… el de la derecha, el que está encima del grande, el de la mancha roja, el que brilla más…”- Entre estas dudas geográficas, un caballero (el nº 92) dirige la disección de una merluza gigante; la pescadera, armada con cuchillo tremendo se pelea contra el actinopterigio gigante a quien, más que diseccionar, machaca brutalmente. La señora nº 91 no se acaba de decidir por el trazo correcto y busca bajo las escamas de hielo alguna otra pieza única. La pescadera joven del tremendo cuchillo hace tiempo que perdió la guerra contra el espinazo de la merluza. Los minutos pasan y la cola no se mueve, se escuchan retumbar los golpes del cuchillo que quedan sin efecto mortífero, pero con consecuencias graves para la decente presencia del pescado. “Ahora me quita las raspas y me trocea la carne en daditos de 4x4 centímetros” ”¿Lo quiere para la plancha?” “Los trazos lo más iguales posible, por favor” “¿Podría quitarme las escamas?... A mí no; a él” (risas).

Han pasado dos números más y el reloj ha avanzado cuarenta minutos. “No, ese no, que parece que está pocho, el otro más sonrosado… y el salmonete aquel… y ese trozo de atún… ¿está de oferta, ¿no?...”

Después de hora y cuarto me toca. Pido boquerones (aunque ya no me interesan nada), que después de tanto pescado enorme, parecen cosa tercermundista. “¿No quiere nada más, señor?”, me espeta la dependienta, con cierto tono de reproche (lo he sentido en ese “señor”), extrañada ante tan poco pedido. “Nada más”, rubrico y afirmo. Y huyo con difuso sentimiento de culpa, recto y raudo como trayectoria de saeta, hacia la sección de frutas y hortalizas. Los boquerones, por cierto, goteaban y pusieron el carrito perdido. ¡Peste de pandemia! (Valga la redundancia, claro).

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