¿Por qué será que nunca me gustaron las competiciones deportivas? No importa de qué deporte se trate: todos me parecen, como espectáculo, igual de aburridos. Ya sé que estoy siendo políticamente muy incorrecto ¡qué se le va a hacer! No sé, todo esto del "más rápido, más alto, más fuerte" me da mucha grima y un tufillo fascista que para qué... Como aquello de "mente sana en cuerpo sano", me da olor a sotana de cura dirigiendo gimnasia sueca en el patio de un internado. Por supuesto que todas estas apreciaciones son aberraciones mías, consecuencia sin duda de algún trauma infantil infringido por algún profesor de "formación física" de la época nacionalsindicalista ataviado con gafas de sol y camisa azul oscuro bordada con impecable bordado rojo de yugo y flechas. Pero los traumas nos definen, porque ellos son también parte de nosotros y nos moldean con severidad espartana.
Pero me pierdo en las curvas y en las transversales. Lo que decía: ahora, con el aluvión que nos espera de aros olímpicos, ceremonias más o menos horteras y multitudinarias, carreras de toda índole, himnos de toda condición, banderas de todos los colores, lágrimas y récords... con todo esto, repito, parece que nada importa salvo correr más, subír más alto, ser más fuerte. Yo, que siempre he sido enclenque y que me ha importado un rábano lo de participar (y mucho menos lo de batir cualquier marca) me siento cada vez más extraterrestre en este planeta olímpico de seres perfectos que se pasan el día perfeccionando sus cuerpos para llegar una centésima antes a la meta que el resto de los mortales. Para que luego digan que lo importante es participar. ¡Un cuerno!
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