miércoles, 28 de enero de 2015

¿PARA QUÉ SIRVE UN CONGRESO POLÍTICO? ¿EXISTE VIDA INTELIGENTE EN LA TIERRA?

¿Para qué sirve un congreso de un partido político? me pregunto mientras te miro a los ojos... ¿para qué? Y tú (político de turno que asistes al congreso de turno con tu identificación de turno y tu corbata impoluta de turno) te encoges de hombros no sabiendo qué demonios contestar... o sí.
¿Un congreso? Pues para eso: para hablar, básicamente, para hablar.
Pues sí: la palabra ¡ah, la palabra! Aire al aire, agua al agua, viento al viento. La palabra en su expresión más vana, menos sagrada, más vacua, más ornamentalmente prescindible: juego floral que se expande, planea, se eleva sobre las cabezas complacientes de los asistentes; se eleva... sí, se eleva en tirabuzón, como planeador que buscara las corrientes cálidas de aire para subir, siempre para subir... ¿a dónde?: al limbo de la nada, a la estratosfera ideológica, a la negritud del espacio vacío...
Pero la palabra sube y sube, pasa de un oído a otro, de una cámara a otra, de un micrófono a otro... y se queda colgada, ausente, perdida, desvalida como niña afgana en una escuela de párvulos. Allí queda la palabra, hueca como alma de cañón y, como ella, igual de amenazante o, al menos de inquietante, a punto de escupir metralla ideológica, o, lo que es peor, metralla que huele a perfumador barato de tienda de chinos; palabra que huele a lo ya dicho, a lo ya sabido, a lo esperado, a lo deseado (por algunos), a lo supuesto, a lo obvio, a lo políticamente correcto, a lo autocomplaciente.
Vamos sobrados, amigos, el inmaculado fondo azul del decorado así lo afirma, prepara las mentes para una relajación absoluta. Pero las gaviotas sobrevuelan las cabezas buscando basura en la que posarse. Y todo se envuelve en el papel celofán del colegueo más pringoso con un toque de glamour en la solapa. Quien no sonría no sale en la foto. Quien no asienta que no se siente. Quien discrepe que se aleje de nosotros. Quien no digiera estas ruedas de molino que se evapore en la nada de donde jamás debió salir. Nosotros o el apocalipsis. Así es; así debe ser.
"Hemos salido de la crisis sin hacer ningún recorte social" "Los parados son nuestra mayor preocupación" Y un largo etc. que resuena como música celestial con la reverberación justa para que parezca mensaje angélico, seráfico, en fin.
Y la gente... ¿dónde está la gente, el pueblo llano, ése al que decimos defender y recibe las hostias por pares en forma de precariedad, desahucios, pobreza y silencio? ¿Dónde está? ¿Existe vida más allá de las estadísticas, más allá de nuestras palabras? ¿Existe vida inteligente en la tierra, en el planeta Tierra? Las palabras... ¡ah, las palabras!

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