El índice de cultura de un país se puede medir (entre otras cosas, claro) por el nivel de conocimiento que la gente tiene de sus artistas, de sus científicos, de los hombres y mujeres que han conformado la cultura, que han hecho de su actividad y de su vida un medio por el que se han enriquecido espiritualmente todos, por el que todos se han ennoblecido, en el sentido más auténtico de la palabra.
Un pueblo es lo que es su patrimonio cultural y sin él no es más que un rebaño gregario que sobrevive.
Bien. Si se hiciera una somera encuesta en este país, preguntando por determinados nombres relacionados con lo anteriormente expuesto, mucho me temo que (quitando los que se repiten sistemáticamente por obvios, aunque no se sepa de ellos más que su nombre) el resultado sería nefasto, cuando no deprimente.
Eso sí, pregúntese por cualquier fomoso, famosete o famosillo encerrado en su gran hermano, en su operación triunfo o en su famoseo de chichinabo y el porcentaje se ampliará exponencialmente, de una manera inversamente proporcional a la importancia real del fugazmente famosillo con ínfulas de grandeza, gran apologista de la banalidad y la estupidez.
Y si nos remitimos al ámbito geográfico de Castilla-La Mancha, la cosa empeora hasta límites deprimentes.
En esta región, acostumbrada a ser tierra de paso, tierra ignota en gran parte (si bien pintoresca), tierra lastrada por siglos de abandono, el aprecio que se tiene a la gente más o menos relacionada con la cultura es nulo, cuando no despreciable; parece que hay algo que impulsa a aborrecer o a ignorar a pintores, poetas, científicos y otras gentes de mal vivir. Un amigo me dijo que "cuando aquí aparece un faro, se tapa su luz", como si aquella, en vez de iluminar, arrojara sombra.
Habría que hacer la encuesta de la que hablé al principio y desde aquí, muy modestamente, la voy a hacer. Por poner un ejemplo muy rápido: dígase quienes son estos personajes y a qué se dedicaban o se dedican (entre paréntesis pongo el lugar donde nacieron):
-Juan Bautista Martínez del Mazo (Beteta. Cuenca)
-Fernando Yáñez de Almedina (Almedina. Ciudad Real)
-Alfonso Sáiz López (Quintanar del Rey. Cuenca)
-Pilar Pedraza (Toledo)
-Francisco García Pavón (Tomelloso. Ciudad Real)
-Mónico Sánchez Moreno (Piedrabuena. Ciudad Real)
-Garcilaso de la Vega (Toledo)
-Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza. Toledo)
-Gabriel García Maroto (La Solana. Ciudad Real)
-Miguel de Quirós (Campo de Criptana. Ciudad Real)
-Oscar Escudero (Alcázar de San Juan. Ciudad Real)
-José Fernández Arroyo (Manzanares. Ciudad Real)
-Sebastián Durón (Brihuega. Guadalajara)
-Sebastián Durón (Brihuega. Guadalajara)
La lista podría, por supuesto, ampliarse mucho, pero que muchísimo más.
De los anteriores nombres elijo dos ejemplos como casos sangrantes:
Mónico Sánchez Moreno y Gabriel García Maroto. No voy a reseñar su obra porque excedería el espacio y la paciencia de los lectores; a éstos les animo a que exploren sus biografías en internet o en cualquier otro medio (los libros también existen). Termino diciendo que el primero fue un pionero en la electromedicina e inventor de los rayos X portátiles (entre otras muchas cosas); el segundo fue un importante pintor postcubista, escritor de la generación del 27 y un reconocido impresor en la República. Decir también que murieron, arruinado el uno (Mónico acabó como proyeccionista en un cine de su pueblo) y exiliado y olvidado de España (y qué decir de su pueblo natal) el otro. Ahora, pasado el tiempo, en sus respectivos pueblos pocos los conocen y nadie los reconoce. ¿Hay quien dé más?
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