lunes, 24 de abril de 2017

VANITAS VANITATUM O A LOS DEMÁS QUE LES DEN

Vanitas vanitatum omnia vanitas, dice el Eclesiastés; es decir: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Así es desde el Génesis; así sigue siendo.
Uno, en su (a pesar de todo) ingenuidad se pregunta de vez en cuando por qué diablos se sigue escribiendo poesía, si es un género endogámico, minoritario, ruinoso (cuando no calamitoso), muchas veces rechazado por la gente por su fama (algunas veces merecida) de críptico, pedante o snob.
Uno se pregunta por qué, si publicar poesía en este país es un penadero;  si el gremio de los editores muchas veces desprecia a los poetas, los maltrata económicamente y los ningunea, aunque (eso sí) no se puede negar que los tenga en nómina porque la poesía aún tiene un cierto halo de qualité, de rareza, aún es sinónimo de cultura elitista, de pobres raros que no se sabe muy bien qué demonios hacen, pero que lo que hacen es muy culto y muy espiritual, aunque no se entienda una mierda.
Yo creo que el motor (uno de los motores) que mueve al poeta, como a todo artista, es la vanidad, el ego desproporcionado. Y lo digo yo que escribo (o lo intento) poesía. Pero me miro al espejo y me veo y veo al mogollón de poetas más o menos afines que conozco o reconozco y... sí, reconozco la pandilla de egos inflados que pululan/pululamos, con nuestros versos bajo el brazo en busca del mejor lector que alabe lo estupendos que somos, lo cojonudamente que escribimos, lo extraordinariamente que buscamos entre las miserias del alma, lo sensibles que somos, la perfección de esa rima, de ese encabalgamiento encabalgado, de ese endecasílabo endecasilabado... ¿A alguien, de verdad, le interesa hoy la perfección de un endecasílabo, salvo al propio endecasilabador?
Contamos con los dedos las sílabas de los versos, las contamos también con los sístoles de corazón en una matemática inútil que sólo alimenta nuestro EGO, nuestra vanidad.
En los siglos XVI y XVII abundaban los vanitas, género de pintura en el que se representaba la fugacidad de la vida, la inutilidad de las pasiones y los placeres; era una pintura moralizante que derivaría en los memento mori, como una pintura más agresiva, directa, menos gratificante a la vista; más específica y clara en su mensaje sobre la certeza de la muerte como única certeza de la vida.
No sé si ahora convendría, de vez en cuando, echar un vistazo a algún cuadro de estos géneros (tan españoles, por otra parte) para recordarnos lo que somos, hacia dónde vamos. 
Pero estamos en otro tiempo, en otra dimensión. Ahora no queremos pensar en lo que vendrá; ahora nos basta con creernos únicos en nuestra especie única; nos basta con sabernos ego, puro ego; es decir: Yo, yo, yo-yo. Medida del universo todo: yo, como en un renacimiento sin Rafaeles ni Leonardos ni Tizianos. 
Pues eso: yo-yo. A los demás (si los hubiere) que les den.

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