Como me lo contaron, lo cuento:
Había una vez un país con una reina malvada para unos, pero maravillosa, rubia y excelente para otros. La reina cultivaba rosas azules en un jardín secreto y desde allí reinaba, mandando ediles y palafreneros, portando decretos que asolaban al pueblo, pero que contentaban a sus ministros aduladores.
Resulta que, un día, a la reina se le ocurrió visitar China, porque era lugar exótico y lejano. Allí fue y de allí volvió, al cabo de unas jornadas que parecieron eternas a sus consejeros de estado.
Pero algo cambió. Los chinos, expertos en el lavado de cerebros, curtidos en la guerra fría, comunistas redomados, abducieron a la reina, convirtiéndola en un agente rojo de lo más desalmado.
La reina volvió a su palacio luciendo una hoz y un martillo en un brazalete abrazado a la manga izquierda de su chaqueta con cuello Mao. Su personal de confianza no daba crédito a lo que veían. Luego, todo fue un no parar de decretos nacionalizando empresas, bancos, servicios... todo pasó a ser del pueblo y para el pueblo. Los servicios antes privatizados, volvieron a ser públicos; se crearon miles de puestos de trabajo; se abrieron guarderías, centros de asistencia social, hospitales, escuelas, bibliotecas, museos...
A la reina se le achinaron los ojos y, cada día, canta la Internacional por altavoces, cual ulema comunista.
Nadie sabe qué pasará en el reino, ahora rebautizado como república independiente, pero dicen que las rosas del jardín secreto de la reina ya no son de color azul, sino rojas, de un rojo intenso, bolchevique... ¡Qué cosas!
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