Resulta que había una vez, hace mucho, un pequeño país que vivía ajeno y feliz, pero que era pobre. Como era hermoso y libre, unos brujos malos pensaron en quedárselo para ellos solitos, para pasar los veranos, corretear con sus mascotas y, de paso, quedarse con todo lo que tenían: casas, castillos, praderas, dignidad...
Así las cosas, mediante un conjuro, se quedaron con todo el dinero de la gente honrada que nada sabía de la presencia oscura del mal y que ningún mal habían hecho. Empobrecido (más aún), el país pasó a ser una simple sucursal bancaria de los magos que esclavizaron a los habitantes de aquel país y los convirtieron en súbditos de tercera clase, en esclavos recluidos en mazmorras, obligados a coser zapatillas de deporte de una multinacional y balones de baloncesto.
Una vez sometido y defenestrado aquel país, los brujos pensaron: "si ha sido así de fácil quedarnos con esto... ¿por qué no seguimos con los demás países? ¿Por qué no seguimos arramblando con las posesiones de los demás pobres pardillos, de los demás torpes pigs que nos deben obediencia, reverencia y respeto? ¿Por qué vamos a renunciar a nuestro pastel, cuando el pastel es tan sumiso y sus dirigentes tan bobos, tan estultos, tan corruptos, tan idiotas?
¿Pues a ello!
Y en ello están.
No hay comentarios:
Publicar un comentario