No quería, de verdad que no. No quería hablar del toro de la Vega.
Estamos (creo) en el siglo XXI de la era cristiana. Pasados han (eso creo) la Inquisición, los reinos de taifas, los ajusticiamientos en plazas públicas, la cirugía sin anestesia, los papiros, los emplastos de belladona, los lazaretos o los elixires con rabo de ratón y hueso de ahorcado bañado en jugo de mandrágora... por decir algo.
Superado el siglo de las luces y el descubrimiento de la razón y la ciencia, nos deberíamos encaminar hacia un tiempo en que no hubiera cabida para actividades que van en contra de la razón y que hacen de la barbarie excusa para dar rienda suelta a instintos primitivos, cuando no directamente neandertalescos; instintos que nos rebajan a condición animal, con perdón de los animales. Mejor: que nos rebajan a condición bestial.
¿Qué placer se puede sentir dando muerte a un animal acorralado por miles de personas furibundas que lo agreden con lanzas? ¿Qué teoría puede justificar semejante crueldad a un animal que lo único malo que ha hecho es ser bello, potente, libre...? ¿Qué tradición (porque este término parece ampararlo todo) llama a los instintos más bajos de las personas, sacando lo más zafio, lo más burdo, lo más despreciable?
Por tradición se sigue en este país despeñando cabras, alanceando toros, usando a los gallos en luchas inmorales... etc. etc. "Que nadie toque la tradición", dicen los lugareños, ufanos en su bellaquería paleta. Repongamos pues las lapidaciones, las hogueras atizadas con infieles, los forzados a galeras...
Hay una España que muere y otra que bosteza, dijo el poeta. No sé cual de las dos me hiela el corazón; si sé que no me gusta esta España cruel que sobrevive en la faz babeante de jóvenes borrachos de calimocho; si sé que no me gusta esta España de fritanga y casquería, de ruido y sangre; si sé que no me gusta esta España que soporta con un sonrisa complaciente el dolor innecesario hecho espectáculo; si sé que no me gusta esta España autosatisfecha que se cree el ombligo del mundo, cuando no es más que su resaca; si sé que no me gusta esta España analfabeta bañada en testosterona y grito fácil; si sé que no me gusta esta España irracional, que hace del dolor ajeno bandera mientras se cree novia de la muerte.
Si sé que espectáculos como el toro de la Vega, nos llenan de vergüenza; si sé que si necesitamos espectáculos como éste para afirmarnos como país, como tradición, mal país somos, mala tradición tenemos.
Desde aquí, humildemente, reniego de vosotros y me exilio ya. Pero ya.
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