¿Cómo explicar a una persona acomodada (supongamos que bien intencionada y razonable), sin problemas económicos, que la crisis, la tan repetida y sufrida crisis aún está aquí, instalada entre los más necesitados, entre los más excluidos? ¿Cómo decirle que la tan ansiada y publicitada recuperación es un espejismo, una zanahoria tras la que corren tantos que son cada vez más desgraciados, más pobres, más parias? ¿Cómo explicarles que los que tenían mucho tienen ahora mucho más; que el abismo social que separa a las clases sociales es cada vez mayor; que en este país (sí, en España) existen la pobreza infantil (y adulta), los comedores sociales, los desahucios injustos, el miedo por perder los pocos derechos que nos van quedando, el miedo por perder un trabajo que se depaupera y se entristece cada vez más? ¿Cómo explicarlo y que, además, nos crean? ¿Cómo decirlo para que no parezca un cuento de miedo, una parábola cutre del apocalipsis?
Desde el sofá de diseño, desde el chalet adosado con alarma conectada, desde los hoteles de cinco estrellas, desde los restaurantes con ínfulas Michelín, desde los volantes de los Audis, desde la falsa seguridad de muros aislados, es difícil entender ciertas cosas (tampoco se quieren entender, por molestas). Mentiras, cuando menos. Mentiras o fábulas del antisistema (¿quién lo es?) de turno. Perros-flauta. Yayos-flauta. Radicales en cualquier caso. ¡Qué difícil! Y tú, (quizá también yo) sentado/s en nuestro sofá, ante la televisión de turno vomitando concursos tontorrones, noticias de prevaricadores, falsarios y corruptos. Y tú (quizá yo también) allí, en tu trinchera, lejano, creyéndote informado, comprometido, realizado. Y los otros (quizá también yo) al otro lado, en otra trinchera ajena, esperando la señal de asalto a los palacios de invierno en los que se corrompen los cadáveres de los zares.
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