La Historia, que todo lo juzga y coloca todo en el lugar justo que le corresponde, juzgará esta época y la nombrará con ominoso calificativo. Los libros (los que queden) enseñarán cómo se destruyeron sociedades, derechos, personas... ante la indiferencia y la inacción de muchísimos, el aplauso de unos pocos y la resignación de otros tantos. Se explicará cómo se llegó al adormecimiento de las conciencias; cómo, valores que se creían sólidos, se evaporaron dejando restos de amargura; cómo el despotismo se fue implantando, creando un mundo de esclavos y de amos; cómo la mentira implantó su reinado, barriendo con su aliento fétido lo que quedaba de honradez; cómo se adoró al becerro de oro, pisoteando vidas y esperanzas; cómo la corrupción lo tiñó todo de verdín; cómo la dignidad de tantos se cambió por los intereses bastardos de unos pocos...
El tiempo, sí, derriba reyes, reinos, gobernantes, y reduce a polvo imperios que se creían eternos. Todo se construye con el afán inútil de la eternidad, pero nada sobrevive. Los sátrapas lo ignoran; los corruptos lo ignoran. La Historia no. Ella sí es eterna. Y escribirá la verdad de estos tiempos sobre el polvo muerto de las piedras, sobre las leyes injustas, sobre los cimientos que soportaron cárceles y palacios. Amén.
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