Todos somos animales políticos: quiero decir que todos estamos sometidos a decisiones políticas y por lo tanto, como afectados que somos por ellas, tenemos, inevitablemente, un posicionamiento frente a ellas, una postura... y esa postura es política, queramos o no. Nada hay más sospechoso que una persona que se califica como "apolítica", sencillamente porque es una postura imposible, un eufemismo que esconde, muchas veces, una ideología radical (casi siempre de derechas), disfrazada de "pasotismo" o de indiferencia ante los hechos consumados.
Dicho esto, y como animal político que soy, me permito una pequeña reflexión en torno al hecho "político", a la política.
Política, del latín politicus, significa "del, para o relacionado con el ciudadano"; por lo tanto nada de lo relacionado con el ciudadano le es ajeno; esta política (elevada a categoría de ciencia) se basa en una ideología, pues es ésta la que la sustenta, le da vida y cuerpo, forma su estructura y pone en marcha sus acciones; acciones que llegarán a todos, a todos afectarán y a todos, como fin último, deberá tratar de hacer la vida más fácil, más humana, más justa. No voy a meterme en el jardín (demasiado espeso) de tantas y tantas ideologías (de extremo a extremo, pasando por el fulcro) que ha habido, hay y habrá, pero sí quisiera señalar someramente un hecho, tan curioso como preocupante, que ya está instalado en nuestras políticas: el hecho del desenfoque de las ideologías, del sfumato de las ideas, para formar un conglomerado informe que, las más de las veces, no hacen sino sustituir esas supuestas ideas por intereses económicos, por intereses, a secas.
La política, como ciencia, como filosofía, como ética pública, debe, además, dar ejemplo en todo, pues es ella la supuesta guía, el referente, el marco por lo que todo lo demás se fija y transcurre y sin él, sin el ejemplo ético, los referentes se corrompen, los ideales desaparecen, la guía se transforma en totalitarismo y la fe en lo público pasa a ser chirigota y caricatura, cuando no corrupción, abandono de lo común y servilismo espurio.
Creo que los hechos acontecidos en estos últimos años, en España (para qué repetir aquí ejemplos que todos sabemos) corroboran estos preocupantes síntomas de una sociedad enferma, que ya es complaciente con la corrupción, sencillamente porque ella también muestra demasiados síntomas que huelen mal. La descomposición del sistema político es terreno abonado para toda clase de fanatismos, populismos, extremismos y otras derivas que prometen la salvación definitiva ante tanto hecho palmariamente desviado del sentido común, del recto gobierno, de la protección ciudadana y de la honradez exigible.
¿Se han extraviado los ideales, las ideas? ¿Hubo alguna vez 11.000 vírgenes? Preguntas que dejo ahí, con permiso de Jardiel Poncela, claro.
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