martes, 22 de julio de 2014

CABEZA BORRADORA O SILENCIAR LA MALA CONCIENCIA (SI LA HUBIERE)

El pasado sábado tuve la suerte de ver en Almagro "Los Mácbez", adaptación que Juan Cavestany ha realizado del Macbeth de Shakespeare, con localización actualizada en Galicia, concretamente centrada en las luchas por el poder que un supuesto Conselleiro trama en su afán por llegar a Presidente de la Xunta. La historia de sangre y ambición shakesperiana es inmortal, intemporal y ubicua y la adaptación de Cavestany se me antoja muy oportuna, no sólo como metáfora o parábola de la política actual (y de todos  los tiempos), sino concretamente de la política gallega.
Véase lo que está pasando en el ayuntamiento de Santiago de Compostela, con un PP en el poder que agota ediles y alcaldes, metidos hasta las trancas en corruptelas y que tiene que nombrar nuevos cargos que no figuraban en la lista de las últimas elecciones municipales. Ya van tres alcaldes, tres, uno tras otro cayendo como naipes, pero -eso sí- todo dentro de una  "normalidad" que acojona y sonroja. No voy a extenderme en los detalles: recomiendo echar un vistazo a las entradas recientes de hemerotecas. De cualquier manera, el caso produce estupor y sería incomprensible en cualquier país civilizado con una tradición mínimamente democrática.
El arte, el teatro, la literatura, son espejos de su tiempo y, por extensión, espejos de un tiempo que es todo el tiempo, todos los lugares, porque el hombre es igual en China, en Galicia o en Irlanda. Igual de corrupto, igual de insensato, igual de malvado o igual de noble.
El arte (usando la tragedia o la comedia; usando la ironía o la denuncia clara; de los goliardos a Shostakovich) siempre ha señalado al corrupto, al cáncer de una sociedad que (desde Shakespeare hasta hoy) no ha cambiado en lo fundamental: lloramos, reímos y asesinamos con la misma impudicia. Todo por el poder, porque el poder envenena, corrompe y borra conciencias como aquellas cabezas borradoras de los antiguos magnetófonos de cinta: había que borrarlo todo para poder escribir encima. Partir de cero. Aunque, a veces, la cinta no se borraba del todo y quedaba un eco, una especie de palimpsesto que recordaba que ahí, debajo de la conversación última, hubo otra, lejana, sí, incómoda, pero cierta. La voz de la (mala) conciencia, si se me permite la metáfora.
¿Cuántas veces hemos de pasar la cinta por la cabeza borradora para que desaparezca cualquier atisbo de  recuerdo de mala conciencia? ¿Cuántas para que nos creamos únicos y nos dejen de importar los principios éticos, los básicos principios, hoy tan despreciados, de decencia, honestidad y justicia?
Macbeth (singular) fue (es) prototipo de depredador para quien la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. 
Ahora los Mácbez (plural) campan a sus anchas por esta vida llena, ciertamente, de ruido y furia, que cada vez significa menos. Malditos sean todos ellos por siempre. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario