Decía Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe; claro que (digo yo) la sociedad está formada por hombres (sin ellos no existiría, pues la sociedad no es una "cosa", sino una serie de seres que conviven) y si estos fuesen en verdad buenos, la sociedad también lo sería, pues la suma de bondades no puede dar como resultado la maldad... entonces... ¿no será que el hombre es malo por naturaleza (y eso ya lo dijo Voltaire) y no hay quien lo meta en vereda? Desde las cavernas de piedra a las cavernas informáticas, poco se ha progresado en lo fundamental, y se sigue siendo igual de canalla ahora, en la era virtual, que otrora, en la edad de piedra, cuando se empuñaba una tibia en lugar de una espada láser.
Todo se empezó a enturbiar en cuanto el hombre tomó conciencia de que podría imponer su voluntad sobre los demás si era lo suficientemente fuerte, lo suficientemente ambicioso, lo suficientemente cabrón. Y así surgieron, entre otras lindeces, las banderas, las fronteras, los ejércitos y las coronas (por citar sólo unas cosillas). Así se empezaron a trazar las diferencias y empezaron a surgir los reinos con sus reyes, las religiones con sus dioses, los ejércitos con sus capitanes y los territorios con sus banderas, que eran, sobre todo, símbolos para señalar las diferencias sobre los otros, señas para imponer la autoridad sobre un territorio, emblemas para recordar que se pertenece a éste territorio y no al otro y, por lo tanto, para recordar el sacrosanto deber de defenderse contra el otro, porque el otro siempre vendría hasta aquí con aviesas intenciones, siempre.
Las banderas están llenas de sangre, sudor y lágrimas, están hechas de retales de vidas, cosidas a mástiles en forma de lanza, blandidas por intereses no siempre limpios.
Lo primero que hicieron los americanos al pisar la Luna (¿la pisaron?) fue plantar su bandera: "aquí estuvimos, esto nos pertenece, porque pusimos nuestras plantas los primeros..." Lo mismo sucedió cuando Colón cuando pisó lo que creía las Indias... y así hasta la náusea.
Lo dijo Martin Luther King: I have a dream. Yo, modestamente, también: imagino un mundo sin banderas, como imagino un mundo de hombres bondadosos. ¡Imaginar cuesta tan poco! Luego vuelvo a mi república y miro un mástil solo, sin bandera, hendiendo el cielo, buscando el rayo que me una al infinito con una tormenta de luz.
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