martes, 11 de febrero de 2014

DE TRABAJO, POBRES Y RICOS Y ALGÚN MANEKI NEKO TONTO QUE NO LEVANTA EL BRAZO

Creo que se está produciendo un fenómeno curioso (lo de "curioso" es por etiquetarlo de alguna manera) en esta España mía, en esta España nuestra; en esta España recortada, devaluada, empobrecida, depauperada, empequeñecida, abotargada, corrupta, atontada, en fin... no sé si me he pasado en adjetivar.
A lo que iba: 
Resulta que el trabajo (ese bien que "dignifica" al hombre) ha pasado de ser algo noble, a ser mera mercancía en constante proceso de devaluación. Eso por un lado; por otro, el trabajo se percibe como un privilegio que tienen sólo unos pocos y que sólo otros pocos podrán tener de forma digna.
Así, mientras por parte de empleadores y señores del mercado, el trabajo se menosprecia, se trata como una mercancía por la que se puede apostar a la baja, que se puede tratar con el mayor de los desprecios, por una grandísima parte de la población se ve como una especie de lotería, que te puede tocar o no, aunque el premio que te toque sea ridículo y se quede Hacienda con el 20% o más. Pero hay que jugar, jugar a la desesperada, dando codazos si hace falta, porque hay que comer y... es lo que hay.
Sí; maltratado por una parte, deseado por otra, devaluado siempre. Convertido en algo precioso por sí mismo (no importa en qué condiciones se realice); arrojado como migajas, escamoteado en su esencia más importante: la dignidad personal en todo su amplio espectro. Pero eso... ¿qué importancia tiene? ¿Qué importan las condiciones, el salario, los derechos? ¿Qué importan si lo importante es trabajar, sin más? En lo que sea, como sea, dónde sea, con la retribución que sea. 
Europa necesita países pobres con mano de obra barata que trabaje mucho para ganar un poco, lo suficiente para que esa misma mano de obra compre los productos que ellos mismos producen o que Europa exporta para que los pobrecitos pigs podamos creer que somos felices.
Alguien, en algún lugar, se debe estar descojonando de risa mientras la momia de Stalin sigue incorrupta, pétrea, como un muñeco horrible comprado en una tienda de chinos, o como un Maneki Neko tonto (ese gato chino-japonés de la suerte) con el brazo inmóvil, aunque, eso sí, con el puño cerrado.

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