¿Qué es la vida? me preguntaste mientras fijabas tus tiernos ojos en los míos. ¿La vida? pues eso: comer, beber, defecar, amar, odiar, soñar, pensar... conjugar verbos, en fin. Y vuelta al principio. La enorme rutina de la vida: ahora aquí, luego allí, para estar más tarde (otra vez) aquí, donde empezamos.
Las revoluciones se suceden y luego vuelve la contrarevolución; los comunismos y los fascismos desaparecen y todo parece nuevo, cuando no es sino repetición vieja, viejas secuelas de la vida misma.
Mientras, el ser humano, que se cree único, que jamás aprende nada de nada porque se piensa universal, inmortal... ése, cree inventar la fórmula definitiva para encontrar la felicidad o la justicia y, desde su inmediatez estúpida, lanza un ¡eureka! que salva momentáneamente al mundo (o al menos a él).
Pero la rueda no para, el mecanismo universal de elipses y planetas no descansa y con él las ruedas dentadas que nos van triturando con pericia de charcutero.
Sin embargo, no podemos parar, no debemos parar; nosotros no. Nosotros, que nos creemos portadores de la verdad única, de la espada flamígera que cauterizará las injusticias todas. Nosotros no debemos descansar, a pesar de todo, a pesar de los otros, a pesar de los demás. Nosotros no.
Así, seguimos comiendo, bebiendo, defecando, amando, odiando, llenándolo todo de desperdicios... ¿qué nos impulsa? LA VIDA. Y la vida... ¿qué es?
Cuando la muerte me mire a los ojos, lo sabré, exactamente. Pero, claro, entonces puede que sea demasiado tarde.
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