La Administración dispone de un arma para disuadir al ciudadano de cualquier petición (derecho, por cierto, reconocido en el artículo 29 de nuestra Constitución); ese arma se llama "silencio administrativo". La cosa podría sonar hasta poética, por aquello del silencio y lo que aquel trae de recogimiento, ascesis y religiosidad, pero la cosa tiene guasa. Para entendernos: te diriges a la Administración Pública (cualquiera de ellas) con cualquiera petición y aquella (la Administración) calla, es decir: no responde; no se sabe si no lo hace por falta de tiempo, por desidia, por abandono, por falta de interés... o vaya usted a saber por qué. El caso es que calla como hetaira.
Lo que en cualquier persona sería signo de mala educación o de autismo, en la Administración resulta que no: que es una figura jurídica, aunque tenga mucho de ficción y de fantasmagoría. Ante tal silencio pueden suceder dos cosas: que sea positivo o negativo, ¡que también le pesa! Ya es el colmo que figura tan poética como el susudicho silencio pueda ser positivo o negativo, como el Rh, aunque nada tenga que ver con la hematología ni con las pilas (que también ellas tienen algo de positivo y negativo). Saber cuándo es de una u otra manera es cosa de leguleyos y técnicos en togas y birretes; mientras, el común mortal que sólo quería una petición cualquiera, tiene que devanarse los sesos o el bolsillo para entender qué diablos quiere decir la Administración con un silencio que resuena como barriga de tinaja vacía y honda.
Dije al principio que el silencio, en este caso, es un arma y así lo creo: un arma invisible que nos arroja a la cara todo el desprecio de una maquinaria que parece pensada para elevar la frustración del ciudadano hasta niveles exasperantes. Nadie se merece el silencio como respuesta, pues es este un acto que nos hace pensar que el otro, el interpelado, o carece de argumentos, o nos ignora sistemáticamente, o minusvalora nuestro intelecto, o (lo que es peor) quiere ganar tiempo para ver si así nos cansamos ya y damos por perdida sistemáticamente una batalla que se supone contra molinos inamovibles y gigantes.
¿Que dicen? Que dizan. Yo callo y sigo erre que erre a mi bola. Ya se cansarán, que esto del silencio quema más que la llama. Yo, como un don Tancredo, inamovible, impasible el ademán ante los embistes del mihura.
¿Y quién dijo eso de que "quien calla, otorga"? Pues algún mindundi que se cansó de esperar respuesta y tuvo que decir algo (él, claro, porque nosotros seguimos aquí, más callados que una piedra).
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