Uno es gilipollas, tonto del culo, memo redomado, idiota de baba. Uno es uno: es decir, número simple, unidad mínima singular lindando el cero, que es como decir la nada, que es como decir el limbo (y eso que ya no existe, según aseguran sus otrora creadores). Pero Uno, a pesar de todo, número es, aunque mínimo y despreciable y matemáticamente cuenta pese a quien pese y cuenta, milagrosamente, en la rueda estadística. Ya se sabe: "un grano no hace granero pero ayuda al compañero". Uno, considerado como grano que debe sumarse a otros en el granero enorme del recuento estadístico, del recuento democrático que juega con matemática y leyes d'Hondt; Uno, repito, número que cuenta (poco o nada, infinitesimal criatura que suma o resta, pero nunca multiplica), pero número y sólo número uno, sin rostro, que ni siente ni padece; Uno que es uno y que no sabe lo que quiere porque es inútil, analfabeto y maleable...
Uno no sabe ya qué es mejor: si llegar a la extenuación por el cabreo o llegar al éxtasis por la desidia y el aburrimiento. Uno, cabreado y aburrido, en aleación hecha por elementos aparentemente contradictorios, pone cara de gilipollas (ya lo dije al empezar) y asume su unicidad, pero ya no como número uno, ni como infinitesimal guarismo. Uno asume su singularidad y hace de su cabreo bandera y se suma (esta vez sí) a tanto número disperso y errabundo a la espera de que todos los números abandonados tomen conciencia de su singularidad, de su potencia y hagan algebraica ecuación para echar de una vez a tanto matemático manipulador, a tanto busto parlante como guiñol de feria, pero, eso sí, proyectado ahora desde el plasma.
Lo que no se ha hecho en los cuatro años pasados... ¿se hará en los próximos cuatro? Lo que el sentido común de ahora, dicta... ¿no lo dictaba antes? ¿Qué ha cambiado, que antes era firme, inamovible peña, inevitable y "dolorosa" decisión?
¿Y los números? ¿Quién maneja los números, los pobres números como tú, como yo, como el otro. Los que suman, el que resta... los que nunca multiplican?
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