Es absolutamente indignante el uso que se hace de los parados y del paro por parte de los políticos. Es absolutamente inmoral el uso que se hace de las estadísticas convenientemente manipuladas, convenientemente interpretadas de una realidad impura, terrible, que arrasa y doblega a las personas que la sufren, reduciéndolas a meros números en el ranking de la pobreza y la exclusión social.
Convertidos en carne de estadística molesta, el parado es tratado como escoria que debe ser barrida lo antes posible, porque es síntoma de una sociedad enferma, una de sus consecuencias más visibles. Así, los gobiernos trinan por quitarse de encima los números molestos y cualquier excusa es buena para dar de baja en la cola del paro al parásito de turno. Basta tener un trabajillo infame de una hora diaria para no ser considerado ya como "parado", aunque el trabajillo no de para comer ni mucho menos para vivir con cierta dignidad; pero ¡eso sí!, como dijo un político preclaro "más vale eso que ná".
El trabajador con infratrabajo es una realidad peor aún que el parado a secas; el infratrabajador se ve obligado a trabajar en algo que, normalmente, es ingrato, en condiciones penosas de salario, horarios y derechos (eso si los tiene). Pero, claro, es un número menos en la estadística.
España va bien, se crea trabajo ¿se crea? (eso dicen). Pero... ¿qué trabajo? ¿qué mierda de trabajo?
Se contratan presos a salarios chinos con la excusa de la "reinserción social"; se contratan becarios para cubrir plazas de profesores despedidos; se ofrecen puestos por horas, por días, para ahorrarse miserias en la seguridad social; se degrada el salario, se trabaja más por menos, porque siempre hay alguien dispuesto a rebajarse aún más (acuérdense de Calderón "cuentan de un sabio que un día..."). Y así sucesivamente.
La estadística suma, resta, divide. Ya se sabe: somos dos; tú te comes un pollo; en teoría, yo me he comido medio pollo y tú otro medio. Yo no lo he catado y tú te has puesto las botas, pero, oye, la matemática nunca miente... ¿o sí?
Mientras, me pregunto ¿quién se ha comido mi medio pollo? Porque la matemática no mentirá, pero tampoco come (que yo sepa).
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