Habría que preguntarse por qué la izquierda tiene en nuestro país una tendencia (yo diría que natural) a fragmentarse, a dividirse, a atomizarse, a vaporizarse (perdón por el pleonasmo).
Es curioso que se hable de izquierdas (en plural) y de derecha (en singular). Pareciera que la derecha es siempre monolítica y en su piña sabe muy bien lo que quiere y se presenta sin fisuras ideológicas, como el monolito aquel que aparecía en 2001: Una odisea del espacio y ante el cual los hombres y los simios quedaban desconcertados por una imponente presencia que pudiera significar mucho y nada.
Habría que mirar un poco a nuestra historia más reciente (apenas unos años atrás) para ver la derrota de una guerra incivil causada, en gran medida, por la división intestina de una izquierda (CNT, FAI, republicanos, comunistas, socialistas...) que no siempre supo a dónde iba. La derecha, en cambio, lo tenía claro. Y así pasó.
Ahora, años después y en otras circunstancias bien distintas (aunque quizá todo sea repetición con leves variantes), la historia de repite: la izquierda vuelve a dividirse como un átomo de nitrógeno bombardeado por partículas alfa, en un enfrentamiento cainista que no se comprende bien.
El lema que Julio César aplicaba divide et impera, divide y vencerás, en su lógica aplastante, consigue lo que no consiguen las armas de guerra. La división del enemigo es su punto más flaco, su talón de Aquiles. En el horizonte siempre habrá un enemigo compacto al acecho para tomar las barricadas. Siempre.
La derecha, única, vs. izquierdas, múltiples. Siempre fue así, incluso cuando las ideas y las posiciones no tenían estos nombres: las ideas, los sentimientos son los mismos antes que ahora; con Espartaco o con La Pasionaria; con Rajoy o con Pablo Iglesias (me refiero al fundador del PSOE). En este enfrentamiento atávico, antes lleno de banderas, proclamas y sangre y ahora lleno de declaraciones, panfletos, descalificaciones y acusaciones, vemos un horizonte con bunkers graníticos frente a los cuales avanzan a tientas unas izquierdas que pretenden salvar al mundo pero no son incapaces de salvarse a sí mismas; que son incapaces de unirse, de olvidar singularidades para reafirmase en lo fundamental.
Dios (eso lo sabe todo el mundo) es de derechas, de toda la vida. Quizá por eso sembró en las izquierdas la maldición de la torre de Babel, imponiéndoles lenguajes distintos que hacen imposible el entendimiento. ¿Cuándo se impondrá, de una vez, la sensatez del esperanto?
Mientras, cabría preguntarse si tenemos lo que nos merecemos, respondiendo a la pregunta Almodovariana de ¿qué he hecho yo para merecer esto? ¿Qué diablos hemos hecho?
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