El 9 de diciembre de 1905 se proclamó en Francia la "Ley de Separación del Estado de las Religiones"; casualmente, en nuestro país, otro 9 de diciembre, pero de 1931, se proclamó la Constitución de la II República...
A lo que iba: hoy, día 9 de diciembre, se celebra el "Día Internacional del Laicismo y de la Libertad de Conciencia". Ahí es nada. Fijo que pasa desapercibido en los telediarios patrios.
"Laicismo", por si hay alguien a quien la palabreja le resulte extraña, significa "doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa" (D.R.A.E.)
Es tremendo que en el siglo XXI, aún persistan cosas que más parecerían propias del medievo. No voy a entrar aquí en un tema tan espinoso como es la existencia o no de un Dios superlativo. Pero sí convendría reflexionar un poquito sobre la influencia que la Iglesia Católica ha tenido y tiene en nuestra España, aunque eso es, por supuesto, tarea extensa y sabida por todos... no hay más que hojear someramente la Historia.
Los crucifijos siguen presidiendo escuelas, oficinas oficiales, siguen arrojando su alargada sombra sobre Biblias en ceremonias de juramentos, desfiles patrios y toda clase de actos. Los pueblos (todos) tienen, obligatoriamente, una patrona o patrón que, además de santos, protegen con supuestos milagros históricos al ciudadano de bien. La Policía y demás cuerpos estatales tienen su virgen de turno a la que se le conceden medallas al mérito. Los pasteleros, los músicos, los escribanos, los maestros... todo los gremios tienen su milagro propio y su propio protector/a, que los ampara con su manto.
La religión lo impregna todo, todo lo manipula, todo lo configura. Aún se ve a los ateos, o simplemente a los laicos, como gente rara y de poco fiar ¡si no creen ni en Dios! El Poder, con mayúsculas, siempre ha ido de la mano de la religión, convenientemente atado a ella, formando, no una Trinidad, sino una dualidad indisoluble donde no se sabe dónde empieza uno o dónde acaba la otra. Me da igual qué clase de religión de practique. Alá, Dios,Yahvé o Brahma. Y detrás, la mano que empuña el crucifijo y el pecado que caerá sobre nuestras espaldas siempre culpables. Para eso están el Estado y la Religión: para protegernos de nosotros mismos. ¡Que Dios nos pille confesados!
No hay comentarios:
Publicar un comentario