La Historia pude ser aburrida o apasionante, depende del prisma con el que se mire (ya lo dijo el poeta). La Historia es, en cualquier caso, repetitiva, pendular y, hasta cierto punto, previsible: los periodos de paz se alternan con guerras; los conflictos sociales con relativos trechos de paz social... etc. La Historia juega al escondite para aparecer con cara renovada (aparentemente), cuando, en realidad, nos muestra una careta que sólo algunos saben interpretar; una careta que ya mostró antes, en otro tiempo, a otras gentes, como quien muestra una careta de carnaval y nos lanza una pedorreta diciendo: ¡tururú, pringao!
La Historia se repite y nosotros (todos) sin aprender nada. Tenemos memoria de pez o, simplemente, nos es más fácil hacernos el ignorante, cuando no el tonto. Será por la inercia que hace que el cuerpo siempre busque la posición más cómoda posible, la que menor esfuerzo nos supone. Así nos va.
Ahora, otra vez, vuelve el tiempo electoral. Y con él una puesta en escena conocida: promesas, descalificaciones a mogollón, críticas al otro, besos a los niños, sonrisas y aplausos (del candidato/a hacia el público; del público hacia el/la candidato/a). Y vuelta a empezar. Es la ceremonia de la democracia, sí, en parte. Pero no sólo: es la falta de imaginación, es la desvergüenza de algunos, es la mentira santificada en forma de promesa, es el "todo vale", pues el fin justifica los medios y París (o Bruselas) bien vale una misa. Y de fondo (y hablo como ciudadano con ansias de escuchar alguna cosa sensata), de fondo, repito, el aburrimiento de oír lo de siempre, lo que sabemos, aunque algunos pretendan vendernos como nuevo cosas de baratillo, usadas ya, ajadas.
Y mientras, las urnas esperan, vacías aún, en su quietud de papeletas. Y lo malo es que puede parecer que malo es votar, pero mucho peor es no hacerlo, pues siempre habrá quien se aproveche de nuestro vacío (la matemática electoral está hecha para que así sea).
Ya lo dijo la coplilla: "ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio..."
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