"Esta no es mi guerra", dijo mientras miraba por la ventana los piquetes con las pancartas.
Desde la calle llegaban unos gritos apagados por los dobles cristales: "¡esquiroles, esquiroles, esquiroles!!!
La mañana de otoño recogía los gritos y los elevaba hasta los pisos de oficinas, hasta los despachos de los directivos, hasta los talleres...
"¡Llamarme esquirol a mí! ¡A mí, que llevo toda mi vida trabajando! ¡Qué se habrán creído estos mandados! Además, ¡esta no es mi guerra!"
El jefe de personal apareció y rozó su hombro. "Méndez, cuando termine esos informes, pásese por mi despacho lo antes posible."
El señor Méndez se apresuró a terminar mientras afuera un sol tímido pintaba de amarillo las pancartas rojas.
"Enseguida señor Cotillas, ya estoy terminando..."
Algún compañero miró de reojo a Méndez y sonrió maliciosamente... Para Méndez empezaba una guerra que (esta sí) era muy, muy suya.
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