Estoy seguro de estar navegando en la nave de los locos: aquel barco en el que viajaban locos de toda índole hacia la tierra de los tontos. La cosa empezó ya en el siglo XV y desde entonces la nave no ha hecho sino agrandarse en tamaño y dimensión, dado que ya no puede dar cabida a tanto pasajero.
¿No hay que estar locos para persistir en los errores, para empecinarse en avanzar lentos, pero seguros, hacia un precipicio anunciado, impasible el ademán, impulsados por los céfiros del IV Reich y aledaños?
La nave avanza segura, con el bauprés enhiesto como falo de banquero insaciable; avanza hacia el Finis Terrae con decisión y alegría insensata. Más allá esperan las aguas profundas, en caída libre, pues la Tierra (creo yo) es plana y no redonda y el abismo todo se lo tragará como quien se traga una simple empanadilla de bonito.
Avanzamos. Seguimos avanzando. No me pregunten hacia dónde. Lo saben, lo sabemos ya. Y estamos tan contentos.
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