Hay días en los que cualquier cosa me incita a escribir: un trozo de comida en una muela, la mirada de un perro o la debacle de la bolsa... da igual, todo es un incentivo para ponerse al teclado.
También hay días en que ¡nada!, por muy importante que pueda ser el evento, ¡nada!, ni flores. Me importa todo un rábano: aunque me pase por encima un rodillo, dimita el presidente del gobierno (estoy hablando en hipótesis) o se inunde la sierra de Guadarrama.
La literatura es misteriosa; mejor: el impulso creador es misterioso, como lo es la sinrazón del enamoramiento o las variaciones de la prima de riesgo. Al final, quizá, siempre hablemos de lo mismo, siempre estemos contando la misma historia, con la excusa de contar algo que nos puede (o no) ser ajeno (o no). Cuento historias, como la Historia nos cuenta a todos. Cuento historias con un afán de chamán que se reúne en torno de hogueras ficticias para hacer el exorcismo, la catarsis colectiva. Cuento historias, también, porque no tengo más remedio, porque me escuecen en la punta de los dedos y tengo que soltar lastre. Cuento historias porque me duelen o me soliviantan; porque las llevo dentro de mí como un endoesqueleto...
Escribo ahora porque sí, como en el que bebe sin gana para prevenir la deshidratación en un día caluroso. Perdonadme este pequeño acto onanista, perdonadme este vicio.
Entre la seriedad y el sarcasmo, me gusta cómo cuentas lo que los demás no sabemos describir y por supuesto escribir tan bien. Sigue haciéndolo, nos gusta lo que cuentas y como lo cuentas.
ResponderEliminarTe vamos a echar de menos este curso. Por lo menos tenemos tu blog...
ResponderEliminar