De pronto, pasa un coche. De pronto la tranquilidad de la calle se ve estremecida por un motor a toda pastilla... y por una... ¿música? que retumba como auténticos eruptos cabreados. Al volante, el conductor conduce tras sus gafas de sol, ufanamante repanchingado, chulo. Los altavoces distorsionan, berrean y me pregunto en qué estado quedarán los tímpanos y el cerebro del personaje en cuestión después de esa sesión en el umbral del dolor, después de tanta ¿letra? tipo "Papichulo" o "Toma gasolina"!!! El vehículo se aleja a toda hostia, dejando una estela de pájaros desconcertados, cristales vibrantes y oídos estremecidos. A la tarde le cuesta volver en sí. A mí, también.
Una pregunta final: ¿Por qué será que la relación entre el volumen de estas músicas y su calidad es inversamente proporcional? Del conductor prefiero no hablar: tendría que rapear y llevar una gorra puesta del revés, con la visera hacia atrás, ya saben. Y con letras tipo NY. ¡País!
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