viernes, 3 de abril de 2015

ESPAÑA ETERNA

España eterna. Como si nada, como si el tiempo no pasase; como si todo estuviera detenido en el ámbar de la distancia.
Cristo (su supuesta imagen, quiero decir) es elevado por legionarios chulescos entre el griterío del respetable que mira con ¿devoción? la puesta en escena que aúna dos poderes fácticos: Iglesia y Ejército, en una imagen venida de otro tiempo, pero que tiene más vigencia de que podríamos creer. Me viene a la memoria Franco desfilando bajo palio; me vienen imágenes de misas de campaña con los curas brazo en alto cantando el "Cara al sol". ¿Otro tiempo, otra dimensión? Podría ser. Pero somos, en general, cortos de memoria. Nuestra historia está latente siempre, pero la relegamos al cajón del ostracismo con demasiada frecuencia, con demasiada facilidad.
Algo, me dirán, ha cambiado: los bares ya no se cierran en Semana Santa; los cines no programan ya "La túnica sagrada"; la televisión no repite "Espartaco"; la gente emigra en masa a playas y hoteles con encanto rural; los jóvenes van de botellón...
No sé. Yo creo que no ha cambiado tanto el cuento. Las torrijas están aquí; las misas retransmitidas están aquí; las procesiones en alta definición están aquí; las peinetas de las lideresas están aquí; los legionarios están aquí; los tambores y las cornetas están aquí.
Es el tiempo; es lo que toca. La España eterna. Para esos somos lo que somos, a pesar de los pesares. Pasión y muerte en las calles ensombrecidas con sombras de capirotes temblorosas, arrojadas por cirios moribundos. Y los costaleros aupando kilos de tradición y muerte viva. Y un toro negro, enorme, saliendo a todo trapo por la puerta del chiquero, deslumbrado y atónito, con el miedo en el cuerpo, porque sabe ya que morirá y lo hará matando (si puede), con el temblor de una pregunta: ¿por qué? y la certeza de que nunca verá más sol que aquel que le deslumbra en la hora cierta de una muerte que se cree bella y no es más que eso: muerte.

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