Hay muchos fenómenos sociales que están sucediendo últimamente ligados al uso y abuso de las comunicaciones. Así, no creo exagerar si digo que el móvil es ya una revolución social en sí y su utilización masiva está desencadenando consecuencias sociológicas que se pueden equiparar con lo que supuso en su momento el invento de la imprenta y sus posteriores aplicaciones.
Por supuesto internet es el otro gran suceso sociológico íntimamente ligado con el anterior: la inmediatez, la facilidad, la enormidad de datos que se pueden manejar es brutal y ha desencadenado una forma nueva de entender la vida o, al menos, la sociedad. No se pueden poner ya puertas al campo... ¿o quizá sí? De cualquier manera, el monstruo está suelto, es invisible y es (en muchos casos) letal. Todo el mundo puede, ya, opinar; todo el mundo puede comunicarse a la velocidad de la luz; todo el mundo puede, también, insultar, vejar o denigrar... y todo, desde un supuesto anonimato (engañoso), con una facilidad que nos han vendido y que, a la larga, nos pasará a todos factura. Al tiempo. También, claro, internet nos facilita la vida, nos abre el mundo y nos facilita el trabajo. No entraré aquí en el control a los que estamos sometidos, sin saberlo... en fin, hay que pensar que esto de internet es un invento de militares... y yo, la verdad, nunca me fié de los uniformes.
A otra cosa. ¿A qué venía todo esto? Pues a la polvareda que han levantado ciertos comentarios malvados sobre el asesinato de Isabel Carrasco. Nos mesamos las barbas lamentando que algunos desaprensivos puedan mofarse del dolor ajeno, que puedan alegrarse de la muerte, violenta o no, de cualquier persona. Nos extrañamos, nos escandalizamos, no comprendemos...
Yo me pregunto ahora qué está pasando en esta sociedad española cuando alguien dice públicamente y sin pudor que se alegra del mal ajeno (apuntaría aquí que me puede parecer una actitud poco estética, pero no un delito). Algo parecido pasó no hace tanto con el accidente que sufrió la delegada del Gobierno Cristina Cifuentes. Casos idénticos: gente que se alegra de la desgracia ajena; glorificación excesiva de las víctimas; alarma por el mal uso de las herramientas digitales; propuestas para regular su uso; propuestas de multas, propuestas de cárcel para los que se alegraron y que (curiosamente) siempre se identificó con grupos radicales de izquierda!!! No entraré en la valoración que de estos hechos hace e hizo la derecha... ni la izquierda, pero hay mucha chicha que cortar.
Quizá habría que reflexionar, aquí y ahora, sobre el porqué de estos odios; quizá habría que buscar las bacterias que están pudriendo las aguas sociales; quizá habría, no que justificar estos comentarios, pero sí encontrar su raíz, la causa que provoca este efecto odio.
No olvidemos que el odio, venga de donde venga, siempre tiene unas causas y, siempre, es letal, opaco y vengativo. Mal rollito.
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