Me acojonan los expertos. Cuando se reúnen (los expertos), tiemblo. Los expertos, ya se sabe: saben muchísimo de algo... ¿de qué? Da igual: te algo, de todo, así, en general. Para eso son expertos. Pero, a veces, los expertos dictan informes que dan risa, producen sonrojo o inflaman cabreos. Pero son expertos. Son la leche, son sabios. Pero no los sabios de Egipto, o los sabios de Tebas. No. Son los sabios de algún lugar que podríamos situar por aquí... por el centro de Europa... a lo mejor: Bueno, por ahí. Los sabios saben, son sabihondos, son expertos, son un pozo (negro) de ciencia y de sabiduría. Porque (¿lo he dicho ya?) son sabios, aunque su savia proceda de intereses espurios.
Ahora los exper-sabios recomiendan, para cobrar la pensión (esa pensión futura, sudada, hipotética) tener en cuenta la esperanza de vida. A más vida, menor cobro. Y yo, que no soy sabio, que no soy experto, me pregunto: ¿cómo calcularán la esperanza de vida de cada uno? ¿Qué clase de análisis harán para saber exactamente los años que se van a vivir? Pasmado me quedo. Me río de las bolas de cristal, de las güijas, de los videntes.
Sospecho que, de pronto, todos podremos vivir 200 años, así cobraremos (el que cobre) una miseria. Claro, que si luego la palmas antes... ¡haber elegido susto!
Nada, nada, a vivir, que son tres días. No: ahora serán, muchos, muchos más. Y no digamos los planes de pensiones. ¡Joder con los expertos!
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