¡Corre, conejo, corre tras la zanahoria!
Y el conejo corre más y más, cree que podrá agarrar la hortaliza... y corre, corre.
Hoy no: mañana. Hoy no: pasado mañana o el mes que viene. Hoy no: pronto, el año que viene.
Y así corre el conejo, con la esperanza de morder la zanahoria. Se lo han dicho, se lo han prometido... ellos, los que llevan el palo, los que llevan la zanahoria, los que están detrás. Si ellos lo dicen, será verdad. No hoy, no mañana, no pasado... algún día de estos. Cualquiera. Cuando el conejo menos se lo espere. Mientras... ¡a correr! Con esfuerzo, con sudor.
Las cosas no son fáciles para el conejo. Las cosas (le dicen al conejo) no son fáciles para nadie, tampoco para nosotros (le dicen los del palo).
El conejo, infeliz mamífero, cándido animal ingenuo, se cree lo que le dicen. Y corre (¿lo he dicho ya?) con un hilo aún de esperanza.
¡Corre, maldito, corre! Si quieres vivir, corre; si quieres consumir, corre; si quieres ser animal entre los animales, corre. Ya llegará la zanahoria... algún día. Posiblemente. Cuando los dioses del palo lo decidan (si lo deciden). Mañana, siempre mañana.
Mientras, tira de este carro donde yo voy con el palo que suspende la zanahoria que suspende tus ilusiones que suspenden tu vida que suspende la mía.
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