Pasa un coche a toda pastilla dejando un rastro de humo y de ¿música? estridente y machacona; el aire se llena de sonidos repetitivos que hacen temblar los cristales de las ventanas y el ¿cerebro? del conductor. Me paro en la acera mirando cómo se aleja la nube de contaminación acústica, el ruido de los neumáticos chirriantes y la gorra (I LOVE NY) del descerebrado de turno. Cuando me recupero de shock me doy cuenta del verdadero mal de este país: no tenemos conciencia de tal, es decir, de país; no tenemos conciencia ciudadana, de vivir en comunidad, de ser parte de un todo (llámese sociedad) que debe funcionar orgánicamente, como un cuerpo formado millones de células, diferentes, sí, pero sincronizadas para mantener vivo el cuerpo al que dan forma. Aquí no. Me viene la imagen de las señoras barriendo su puerta y echando la suciedad a la puerta del vecino: mi puerta está limpia, mis fronteras delimitadas; al otro que le den. No, no tenemos conciencia de ciudadano, si acaso cuando juega "la roja" y porque lo hace (y sólo por eso) en contra de otros.
Deberíamos, a estas alturas, saber que nuestras acciones, por muy nimias que puedan parecer, pueden repercutir en los demás y no siempre para bien. Pero claro... ya lo dijo el poeta: "Ándeme yo caliente y ríase la gente"
No hay comentarios:
Publicar un comentario