sábado, 1 de abril de 2017

VOLVER A EXPONER O REFLEXIONES CON ALGUNA DIGRESICIÓN USANDO LA CINTA DE MOEBIUS

Giovanni Papini escribió un cuento: "La nueva escultura"; forma parte su magnífico y un tanto olvidado libro "Gog" (como él mismo, como Papini, también injustamente olvidado en este mercadeo de libros y autores al instante). En el cuento al que me refiero, un supuesto artista checo (un tal Matiegka), elabora esculturas de humo; esculturas que, por supuesto, son efímeras y que no pueden ser mostradas sino por un instante; esculturas que no pueden ser vendidas, que no pueden ser almacenadas en museos ni en colecciones privadas; esculturas que nacen y mueren al instante, como la música y son, como ella, metáfora del tiempo, el arte excelso de la fugacidad, representación misma de la vida que no se para en la contemplación, que es discurrir permanente, pues sólo la muerte es detenimiento y quietud y, por lo tanto, corrupción. 
El arte concebido pues como algo dinámico, en perpetuo cambio, en fugaz aparición que sólo queda en las neuronas, en la memoria y en ella alcanza justificación, acabamiento y esa perpetuidad inocente que tiene la corriente del agua en el discurrir del río: invariable continuo que, siendo igual a sí mismo, jamás se repite dos veces.
Dicho ésto ¿cómo afrontar otra exposición fosilizada en madera, en hierro, en plomo, sin traicionar el espíritu que Gog pudo aprehender por unos instantes?
Me gustaría ser como Matiegka: fabricar esculturas de humo, inasibles, etéreas como sinfonías; fabricar edificios de aire o de moléculas en perpetuo choque: música de las esferas, música, en fin, de la palabra, de la mano, de la gubia, del martillo. Música revolucionaria, que a nadie perteneciera, que fuera solamente de un infinito, quizá como el Ouroboros, que en la alquimia expresaba la unidad de todas las cosas, materiales y espirituales, en ciclo eterno de construcción-destrucción. O como cinta de Moebius. O como el borgiano Aleph. 
Mientras, asido a las convenciones de la materialidad más extrema, vuelvo a presentar una exposición (de esculturas esta vez) con el afán de dejar un pequeño rastro en la memoria, eso sí: sin llegar al nirvana del infinito repetido, del tiempo constante que nos hace/deshaciéndonos. Cinta (¿lo he dicho ya?) de Moebius que  no tiene principio sin ser, igualmente, final.




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