domingo, 16 de abril de 2017

SANTA SEMANA SANTA... O ¡QUÉ PAÍS!

Semana Santa: los creyentes católicos tienen su fiesta grande; los turistas tienen su puente vía Benidorm con promesa de bronceado exprés, paella con sangría y línea de playa (que estará, seguro, tras las barrigas de los paseantes y los bikinis recién oreados); los militares (españoles) arrían las banderas a media asta; los legionarios (españoles) entonan su himno a la muerte a niños con enfermedad oncológica en un hospital; algunos gamberros provocan estampidas en las procesiones (el temor a la bomba fanática está latente); las torrijas se refugian en las lorzas patrias; España huele a incienso, suena a tambor, resbala con la cera derramada.
España... ¿estado aconfesional? Las banderas, repito, a media asta. Cristo ha muerto. Eso para algunos. Parece (una vez más) que las armas se alían con la religión y las bocachas apuntan al cielo (una vez más) no se sabe si para lanzar salvas o para amenazar al sol. Las armas a la funerala haciendo guardia alrededor de una urna en la que yace un Cristo de madera. La muerte fingida, representada, custodiada por las armas, rindiendo homenaje éstas a quien murió hace tanto para la salvación de todos (eso nos han dicho). Los creyentes lo creen; la fe lo cree; también lo cree el ejército y la ministra del mismo (léase Cospedal) y por eso rinden las armas y las banderas ante las imágenes, ante la religión (católica). 
¿Estado aconfesional? Las vírgenes son nombradas capitanas honorarias; se les concede la Medalla de Oro al Mérito Policial!!!; se les da el bastón de mando de los municipios; se las eleva a dignatarias, a representantes excelsas de cualquier cuerpo policial, de cualquier cuartel de intervención más o menos rápida; se les nombra Generalísimas. 
Las vírgenes, los cristos, los sayones, las bandas de cornetas y tambores redoblando con furia. Ruido y más ruido. También silencio, a veces, susurro de alguna plegaria. También saetas, cilicios, picaos, cadenas arrastrándose, pies descalzos. Penitencia ¿de qué? 
Y la salvación, lejana siempre, impone su sacrificio y su cuota de dolor. La fe impone su silencio. Los turistas se emborrachan en las playas. ¿Dios ha muerto? Sí; dos veces.

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