domingo, 4 de agosto de 2013

AYER VI UN PERRO

Ayer vi un perro abandonado. Nada del otro mundo... una cosa normal en este país donde se abandonan tantos animales, cuando no se les mata o se les tortura por simple diversión/perversión. Aquel perro era la viva imagen de la soledad, del desamparo, del dolor; caminaba malamente, cojeando, y la expresión de su cara decía no comprender nada: ¿Qué hacía él, flaco, desmadejado, pelo hirsuto, en medio de aquel jaleo, en medio de aquellos humanos que lo sorteaban con mirada sorprendida, cuando no temerosa? ¿Qué hacía aquel ser sorteando vehículos, luces crueles, carcajadas? Aquel perro no comprendía nada, extraño entre extraños, materia viva del dolor inútil, trazo gris, incómoda imagen que nos recordaba a todos el abandono del  marginal, el espanto extremo de la soledad más absoluta.
Una mano. Una simple mano que no golpeara: eso buscaba el perro, aquel perro. Una mano que no le hiriera, que le dijera algo bueno de lo humano, que dulcificara su  mirada perdida, su pobre geometría desvencijada. Una mano para aliviar el dolor que dibujaba el perro, aquel perro. Una mano para reconciliar la persona con el animal, quién sabe si con los seres vivos, con la vida.
¿Todo está unido, todo es parte de un TODO? Creo que sí. Y aquel perro me lo mostró una vez más, desde sus ojos grises, temerosos, huidizos. Entonces quise ser, no el hombre-lobo: el hombre-perro. El que ladra en silencio y hace de su dolor, dolor de todos. Porque no nos llamaremos humanos si no somos capaces de ver el dolor en un perro temeroso. Ni en una persona temerosa, ni en un árbol quemado. Por eso, desde aquí, ladro.

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