lunes, 2 de mayo de 2011

LA TABLILLA

Hay en mi pueblo (Manzanares) tres lugares en los que se dan cita, en una especie de acuerdo tácito, multitud de personas. Son unos puntos de encuentro a los que acuden todas las clases sociales, sin distinción, con el ánimo lleno de curiosidad (yo diría que de morbosidad); acuden con la presteza de la llamada urgente, algo así como una llamada animal que respondiera a ancestrales mensajes genéticos.
Me refiero a "la tablilla". Llámese así (vox populi) el lugar donde se expone la esquela que anuncia la reciente muerte de alguien. Pues bien, esta "tablilla" es el lugar sin duda más visitado del pueblo. El anuncio de la muerte ajena genera, además de sana-insana curiosidad, una especie de alivio por ver que aún no nos ha tocado, que aún estamos vivos (no como otros). El alivio de sentirnos más vivos, o el alivio de ver que nuestro enemigo desapareció (ése que se creía inmortal, ése que nos fastidió tanto tiempo, de una manera tan injusta...) Claro, también puede producir cierta zozobra al ver que  gente de nuestra generación va cayendo inexorablemente, que corre el escalafón y se aproxima a nosotros por ley de vida (es decir, de muerte). Pero claro, la muerte es éso que le pasa a los demás, siempre a los demás. Ahí está la tablilla para demostrarlo.

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