lunes, 8 de julio de 2013

LA CANCIÓN DEL VERANO O LOS MALDITOS ROEDORES

Con el verano llega la relajación... llega la canción (del verano); llegan las sombrillas; llega el cine al aire libre, las películas tontas; llega el tinto (de verano); llega el bronceador; llegan las piscinas inhumanas; llega la lectura de best-sellers; llegan los chiringuitos; llegan las páginas couché con refrescos, fotos del Caribe o yates tan lejanos para el común de los mortales como lo pueda estar Ulán Bator...
No sé si será el calor o es que ya estamos definitivamente atontados, pero, entre las culebras del verano, se nos cuelan otros culebrones a los que ya no damos la más mínima importancia... ¿por repetidos, por insistentes, por aburridos? Cuando algo se sucede  a sí mismo día tras día y, día tras día, acude a las noticias, deja de serlo (noticia) para convertirse en algo... ¿natural? Al menos, en algo tan cotidiano como pueda ser la previsión del tiempo. No importa qué se repita: la estadística de parados o la estadística de corruptos; los casos de prepotencia o los casos de asesinato. Da igual. Lo que sea, al repetirse, pierde la importancia. Y de eso se trata.
Un día salimos a la calle y nos quejamos de ver un montón de basura tirada en la esquina. Esa misma basura, meses después, formará parte de nuestro paisaje si sigue allí, aunque esté más corrupta y sea más hedionda que antes. El olfato se acostumbra. La mirada se acostumbra. 
Y las ratas... creciendo entre montones de desperdicios, dejando sus huellas casi invisibles... royendo lo que otros han dejado allí entre huesos, raspas, tampones usados y latas pringosas... ¿Los malditos roedores? No. La puta costumbre. La anestesia general. La desgana. La abulia del ¿verano?
Al menos ellas (las ratas) crecen, engordan y se multiplican entre tanto desperdicio... ¿y nosotros qué?

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