martes, 1 de enero de 2013

CONCIERTO DE AÑO NUEVO

Uno de enero, enciendo la televisión: concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Como siempre, los Strauss por un tubo, el Danubio Azul y la marcha Radetzky con palmas incluidas. Como siempre, paisajes idílicos, de postal turística; rosas inmaculadas de fondo; bailarinas con tutús coloristas; sala llena de atentos oyentes; tomas en picado de la televisión austriaca; primeros planos de angelotes dorados y buen rollo, como de familia Trapp... bonito, todo muy bonito. Quizá demasiado.
Al compás de 3x4 nos llegan felicitaciones y sonrisas desde un "marco incomparable". Una forma agradable de empezar el año. Una forma donde no cabe lo feo, ni lo cutre, ni lo marginal. Una forma ahormada desde el centro de una Europa que parece no estar en crisis, no padecer las penurias del sur. Un bombón perfecto relleno de buenas intenciones que empalaga un poquito y que podemos degustar vía catódica, ya que no podemos estar entre los elegantes burgueses de la Sala Dorada del Musikverein.
Sabemos que, al final, sonará el Bello Danubio Azul; sabemos que, al final del final, sonará la marcha Radetzky... y sin embargo seguimos viendo el concierto como si fuera la primera vez.
Es cierto, jamás bailaremos el vals en un salón de espejos dorados. Tampoco vivimos aquel tiempo en que los valses y las polcas sonaban entre un susurro de sables y cascos de húsares. ¿Un anacronismo, pues? ¿O un regalo como de nube de azúcar para endulzar lo que tenemos entre manos? 
Apago la televisión. El silencio de la resaca de Noche vieja se escucha tras los cristales. A lo lejos, un vals tímido, casi difuso... ¿un vals? No, claro que no. Viena queda ya lejos, como quedan lejos los ballets, el Palacio de Schoenbrunn y el Bello Danubio Azul. ¿Un vals? Dejémoslo en un pasodoble, que tampoco está mal, y es más castizo ¡carajo!

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