miércoles, 13 de abril de 2011

DE RICOS Y DE POBRES

De las muchas maneras en que se puede clasificar al mundo (a las personas), dos han sido, para entendernos, habituales: ricos y pobres. Naturalmente, dentro de estas categorías, se puede hilar más fino, y se puede llegar, en la segunda, desde el pobre de solemnidad hasta el esclavo, y en la primera desde el regente de turno hasta el mafioso más podrido. Pero, al fin: ricos y pobres. En el siglo XIX apareció tímidamente la que después sería la clase que sustentase la economía: la clase media, otrora llamada clase obrera y reconvertida en un eufemismo que huía del lumpen hacia las celestes alturas de la riqueza (mejor del "poder adquisitivo"). Así las cosas, apareció otro tono intermedio entre la pobreza y la riqueza, tono que ha sustentado y contentado a una sociedad "avanzada" que ha querido estrechar la base de la pirámide económica y social, que ha querido ser más rica. Y por qué no.
Ahora, sin embargo, en esta sociedad hipercomunicada, hipercivilizada, hay que cambiar la taxonomía. Ya la división está en tener trabajo o no tenerlo, aunque esta última categoría se pueda subdividir en: los que nunca tuvieron trabajo y los que lo han perdido.
¿Por qué digo todo esto? Resulta que, en uno de mis paseos, he visto un paisaje (un paisanaje) que hacía tiempo no veía: gente durmiendo en las calles, gente tirada, pidiendo; mejor dicho: gente sentada en el quicio de cualquier puerta, con la mirada perdida, exponiendo su pobreza a la conmiseración del paseante. No extendían la mano en gesto suplicante, no. Con la dignidad de quien es consciente de su tragedia, callaban, miraban al suelo, no se atrevían a decir nada. Solo un  cartel escueto dicía: "Tengo hambre". A sus pies, muchas veces, un perro tan famélico como el amo, dormía. No sé quién me dio pena (o más rabia). Ambos, perro y amo callaban y nos señalaban a todos, aunque no con el dedo. Ambos nos decían que algo no va bien, que algo huele a podrido (y no eran ellos, precisamente) en esta sociedad del bienestar (¿o era del bienestar?).
Siento vergüenza y miedo, pero no soy capaz sino de esperar (siempre esperar) esa revolución que reduzca, de una vez por todas, la dual clasificación (ricos y pobres, con sus matices) a una sola categoría: la de seres dignos y libres. Mientras, admiro a ese perro que duerme y parece ignorarlo todo, menos el cariño de su amo; ese perro que no quiere ser humano porque, quizá fue humano en otra vida y sabe lo que un humano es capaz de hacer, lo que un humano es capaz de fingir, lo que un humano es capaz de matar.

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