lunes, 20 de noviembre de 2017

LA SOMBRA DE STENDHAL (COSAS PARA SER FELIZ Nº 4)

Una de las cosas que me llevaría a esa hipotética isla desierta y feliz, sería el disco que traigo aquí, hoy (suponiendo que hubiese electricidad en la tal isla, claro). El disco sería (es) la sonata en la mayor de César Franck, en la versión de Shlomo Mintz y Yefim Bronfman, grabación DG de 1986. Por si fuera poca la belleza que encierra esta grabación, la sonata de Franck se complementa con otras dos: la de Debussy y la de Ravel; reunión perfecta de estéticas, estas sonatas coetáneas (34 años distancian la de Franck con la de Ravel y 30 con la de Debussy) llenas de luz, son un auténtico bálsamo para el espíritu.
César Franck, nacido en Lieja, aunque nacionalizado francés, construye un monumento a la poesía y a la belleza sonora; un monumento basado en la aparición cíclica de temas que se varían  a lo largo de cuatro tiempos, en un todo con la solidez de una arquitectura clásica con ribetes modernistas. No sabría decir qué movimiento de los que la integran es más bello, cuál más perfecto, cuál más rotundo. No hace falta ser un técnico en mecánica musical para degustar esta maravilla que va creciendo con la contundencia de un organismo vivo, desde su célula originaria hasta convertirse en un ser deslumbrante, de una perfección que anonada y que discurre como un arroyo primigenio, imparable y cristalino.
Las sonatas de Debussy y Ravel, obras que comparten con la de Franck belleza y transparencia, complementan este disco que es, para mí, de los más perfectos que conozco. La interpretación es extraordinaria, sin afectación ni énfasis innecesarios y la grabación posee absoluta presencia, naturalidad de sonido y gran información en los detalles pequeños y en los armónicos.
La luz, el recuerdo que nunca tendremos, porque nunca vivimos en aquel París de principio de siglo, acude a nuestros ojos sorprendidos como una ráfaga que se reflejara en los cristales de una galería o en las vidrieras de Santa Clotilde. Proust dejó testimonio literario en "Por el camino de Swann", de mano del enigmático Vinteuil, violinista que representa,  muy probablemente, al propio Franck: el Pater Seraficus, el que construye un sonido que es, desde y para siempre, la belleza más pura, la que resume una colección de dolores pequeños, también de pequeñas decadencias, que son redención perfecta de la melancolía, desgajamiento del espíritu. Pero la belleza jamás necesita justificación, igual que un pétalo caído o el sonido lejano de una campana. Está; es, simplemente.


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