miércoles, 20 de enero de 2016

DE RASTAS, ÁCAROS Y DÍPTEROS O ¿POR QUÉ NOS EXTRAÑAMOS?

Imagen tópica del político español o prototipo políticamente correcto:  colectivo extraño al pueblo que viaja en primera, dispone de coches oficiales, gana una pasta, tiene pensiones doradas y (cuando tiene pelo) peina raya, luciendo cabellera impoluta e indeformable; viste, además, traje gris o azul marino con corbata a juego y porta cartera grande de cuero repleta de vaya usted a saber qué documentos.
Todo lo demás es sospechoso de pertenencia a perro-flautismo o de portar ácaros o dípteros saltarines. 
La imagen vale más que mil palabras y ésta (la imagen) se debe cuidar so pena de dar la impresión de estar demasiado cercano al pueblo o de provenir de él, estando allí (en el Congreso) de manera transversal, casi por azar y como diciendo "yo pasaba por aquí..." Pero claro, donde esté un señor de los de antes, con su traje y su corbata, que se quite lo demás, que no son más que espurios reflejos de una realidad que nunca puede llegar a los sacrosantos escaños.
No sé si el Congreso de los Diputados es un imagen fiel del pueblo; debería serlo ¿no?, pues allí están los que se suponen nuestros representantes. Es cierto que la imagen puede ser cosa superficial, mero espejismo vano que puede engañar y confundir. Pero también es cierto que nadie se debería extrañar por ver a un congresista con rastas o con piercings. Sí nos deberíamos extrañar cuando algún político sea acusado de corrupción, pues a este se le debe exigir una honradez a prueba de bomba y una ética que siempre dé ejemplo y sea faro y guía. Sin embargo, nos extrañamos cuando vemos a alguien sin corbata deambular por los pasillos del Congreso y no nos extrañamos para nada cuando sabemos de casos de corrupción. Es más: lo vemos ya como cosa lógica, inherente lacra adherida a la poltrona como lapa al casco viejo de un navío pirata.
Lo extraño, realmente, es que estemos acostumbrados a lo que debería ser excepción y nos extrañemos ante lo que debería ser normalidad. Pero es que este país, creo yo, no es normal. ¿Rediós!

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