domingo, 4 de mayo de 2014

UNA SONATA, UNA MAÑANA DE DOMINGO, UNAS SENSACIONES

Domingo por la mañana, sol tras la ventana y música de Liszt en la radio: la sonata para piano en si menor. Nada menos. Me dejo llevar por la tormenta emocional de la música y la identifico (¡cómo no!) con mi propia historia. La música te lleva a lugares donde nunca estuviste, quizá a lugares de los que nunca saliste, a lugares extraños o a lugares comunes. La música (me refiero a la gran música), como todo Arte auténtico, es no sólo necesaria: es imprescindible. Imprescindible para crecer como persona, para ser mejor ser humano, para ser más libre (perdón por usar esta palabra tan manida y tan vilipendiada).
Me sumerjo en la música siendo ya respiración mía, sangre mía que me hace y me cuenta cosas de mí mismo que ni yo creía conocer. Allí, en el rincón aéreo de las vibraciones, creo que todo es más hermoso, que el ser humano es bueno o, al menos, noble, porque es capaz de hacer una cosa como la que estoy escuchando.
Es entonces cuando me llega algún ruido mediático: una encuesta política, por ejemplo. ¡Qué distantes sensaciones! ¡Qué zafiedad tan oscura, qué discurso tan romo, tan tópico, qué tristeza!
Vuelvo a la radio, Liszt está terminando su discurso: un discurso que, sin embargo, nunca se acaba, que siempre enriquece a quien lo escucha, que siempre es nuevo, renovado, limpio, prístino en su esencialidad y en su complejidad. Acojonante. Gracias, Liszt. 
Quien tenga oídos para oír, que oiga. Pero... ¿quién, de verdad, los tiene?

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